Jueves 10 de Julio de 2014

“Independencia y Libertad con Verdad y Justicia”

Homilía de Mons. Martín de Elizalde OSB Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio en La Celebración del 198 Aniversario de la Declaración de la Independencia

Homilia

El Obispo Martín de Elizalde presidió el Tedeum.

Aniversario de la Declaración de la Independencia Señor Intendente Municipal, señor Presidente del H. Concejo Deliberante, autoridades municipales, educativas, policiales, distinguidos representantes de las instituciones de nuestra ciudad y de los cultos, queridos hermanos y hermanas: Cuando faltan solo dos años para la celebración del bicentenario de la Independencia, nuestro encuentro en este día nos muestra que el camino de la libertad, iniciado en 1810 y consumado con la declaración del Congreso reunido en Tucumán en 1816, recorrido con tanta ilusión y sostenido por el esfuerzo de generaciones de argentinos, este camino, decimos, nos sigue demandando generosidad y paciencia, fortaleza y trabajo. Damos gracias a Dios por sus innumerables beneficios y por la generosidad con que ha dotado a nuestro pueblo, asignándole esta tierra bendita para hacer fructificar en ella los dones recibidos. Y al mismo tiempo, con dolor, no podemos sino comprobar que en tantas ocasiones no hemos sabido encontrarnos a la altura de nuestra vocación y que han sido numerosas las oportunidades que no supimos ni pudimos aprovechar.

Se invirtió mucho sacrificio  e imaginación durante dos siglos, y sin embargo nos encontramos aún lejos del cumplimiento de las aspiraciones justas, de los deseos legítimos, que no son alcanzables con instrumentos  materiales, solamente, sino que requieren la aplicación de las facultades mejores y la práctica incansable de los valores más nobles y elevados, porque su resultado hace a la calidad espiritual de la existencia, a la dimensión de justicia, puesta al alcance de todos, a la vivencia en la comunidad nacional con respeto y equidad.

Recordamos la independencia y la libertad alcanzadas, pero existen todavía muchos sectores que sufren necesidades que son incomprensibles en nuestro medio, con la riqueza humana y la educación que es nuestro orgullo, y con una naturaleza admirable y generosa.

Hay una deuda de justicia, aunque cerremos balances  satisfactorios o elaboremos cuadros de éxitos, pues falta aún garantizar en justicia la dignidad de los hermanos, para ofrecerles iguales oportunidades, reconocer sus méritos y desarrollar sus potencialidades. Y no solo reconocemos que es mucho el camino que debemos recorrer aún, sino que es preciso aceptar que hay aspectos en los que, con dolor lo decimos, hemos retrocedido.

Cuando la educación se resiente, porque no alcanza  el presupuesto, porque no hay planificación  suficiente, porque no se plantean las metas que en verdad necesitamos, y se desconoce o, peor aún, se combate el fundamento espiritual del ser humano y se desconoce la estrecha interrelación de todos los aspectos de su vida, cuerpo y alma en cada individuo, sociedad y familia en lo comunitario, se desconoce la verdad y se niega la justicia, a la vez que se hipoteca el porvenir de las jóvenes generaciones. Cuando el valor del trabajo sufre desmedro por el auge de la especulación o se promueve el juego y la frivolidad egoísta del consumismo, se atenta contra la dignidad de las personas y se prepara una sociedad para que sea más violenta y rapaz. Cuando no se protege la vida de las personas, por el auge de la inseguridad, y esta falta de respeto se extiende a la eliminación de vidas consideradas inútiles o indeseadas, sean niños por nacer o ancianos y enfermos, la familia humana ve peligrar su destino, que no puede ya alcanzarse como una meta común y justa, y se convierte en una carrera donde triunfa el más atrevido, el más astuto, el más fuerte. Hay un clamor en nuestra sociedad argentina por mayor justicia e igualdad de oportunidades, y el ya cercano bicentenario de la Independencia, en 2016, es una ocasión que Dios nos presenta para cumplir con esta tarea inconclusa todavía, para pagar esta deuda de humanidad.

Clamor de justicia, decimos, pero que es necesario que se encuentre afirmado en la búsqueda de la verdad.

No hay justicia sin verdad,  como no hay riqueza sin honestidad ni felicidad sin auténtico amor. Frente a la magnitud de los desafíos, es  la misión -y qué noble y bella misión es esta- confiada a los gobernantes y a los políticos, disponer desde el manejo honesto y eficiente de la cosa pública, todo lo necesario para mejorar la situación de los más afectados y débiles y hacer lo posible para que toda la familia argentina pueda alcanzar el cumplimiento de sus legítimas esperanzas.

Pero no es una tarea de tecnócratas, solamente, para hacer funcionar una especie de máquina, que sería la sociedad, sino la puesta en común de las inteligencias y de las voluntades, de las capacidades y de las fuerzas, desde la integralidad de una concepción del hombre que haga justicia a su condición tan noble y lo encamine hacia su destino.

La gravedad del momento requiere el concurso de todos, y desde perspectivas diversas, pero complementarias; el éxito vendrá solamente si esta conjunción esperada, reclamada por los argentinos, pero tan demorada, sabe encontrar el fundamento firme que hace posible la concreción de sus metas más altas, de su vocación tan rica, aún distante, y con el requisito de una fuerte exigencia, pero entrevista por los próceres y los Padres de la Patria. En cada una de las ocasiones como esta, en que nos reunimos para rezar y reflexionar, dar gracias a Dios y pedir su ayuda, esta misión vuelve a presentarse ante nuestros ojos. Hemos alcanzado la independencia y la libertad, nos falta vencer definitivamente la corrupción y el error e instaurar más sólidamente el reinado de la verdad y de la justicia. Es lo que pedimos hoy a Dios, la Iglesia que vive y trabaja en Nueve de Julio, y que se une en la súplica para cumplir esta vocación con todos los hombres de buena voluntad, solidarios y justos.


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