Miércoles 17 de Febrero de 2021
OPINION
El tiempo de cuaresma
Los caminos del Señor son insondables y siempre nos llenan de sorpresas y cosas maravillosas, caminando cuatro años en estas tierras de Arizona, (el lejano oeste). Volví a retomar el contacto con un entrañable amigo que por esas cosas de la vida había quedado en el camino y en la charla me contó que era distribuidor de vuestro diario, fue el quien despertó esta posibilidad de hacer unas líneas, unos pensamientos desde la distancia, con la posibilidad de compartir cosas que, vistas desde otro ámbito, desde otro lugar se vuelven originales; siempre en el espíritu de compartir y eso pone alegría y despierta desafíos nuevos.
4 años caminando en esta comunidad de la parroquia de Santa María en Chandler en el estado de Arizona en una comunidad mayoritariamente hispana y mexicana. Cuando el camino comenzó codo a codo con ellos aprendí enseguida de sus sufrimientos y dolores; como también de sus alegrías y esperanzas. Todos tienen en sus corazones la esperanza de tiempos nuevos más tranquilos y más prósperos, la miseria y la pobreza nunca es una opción para los padres que buscan que sus hijos progresen y se desarrollen sin exclusiones, situaciones miserables, sin justicia, sin ley y sin paz.
Aprendí también lo que es el camino de cruz de los migrantes ya que uno queda absorto porque los hombres somos capaces de tanto destrato entre nosotros y como a veces causamos mucho dolor en el otro. Apareció la pandemia que nos igualó a todos porque nadie está con la vida comprada y entonces todos dejamos a la luz las heridas y agujeros de nuestra carrera alocada. Que como digo se vio frenada de golpe por un virus que nos dio de bruces y nos hizo detener la carrera. Se volvió a la familia hacia adentro y se empezaron a vislumbrar los efectos de la no comunicación, del no diálogo y sobre todo la realidad de un falso amor sostenido y fundamentado en el tener. Si bien en esta realidad el tema de la familia es muy fuerte debido a la soledad y a la ausencia de amigos y familiares cercanos. Sigue siendo la familia el núcleo primero, donde se rescatan los valores y se abroquelan los principios, que siempre están alimentados por las tradiciones fuertes que traen de sus patrias.
Siempre está, grabado como a fuego: el Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe; que ahonda sus raíces en el tiempo de los Cristeros en México. Encuentro que en el núcleo de las familias y de las personas está como grabado, como una marca con hierro candente la guadalupana. ¡No se la toques! Porque son capaz de despedazarte. La fe de esta gente no solo me deslumbró, sino que me actualizó y renovó mi fe.
Los pueblos que conservan su fe y tienen a Dios en sus corazones no solo recuerdan el respeto que se deben como hermanos, sino que también sienten el fuerte deseo de crecer y multiplicarse, con la riqueza de saber que quien bendice es bendecido, que quien trabaja por estar unido permanece unido.
Cuando se observa este pueblo peregrino y migrante; sufriente y profundamente esperanzado; uno no puede menos que ponerse de rodillas y dar gracias, porque se puede ver el Secreto de “Todo lo puedo en aquel que me reconforta”, Dios.
Pareciera la llave; los pueblos que han desplazado a Dios por el nombre o la figura de un hombre se ven sumidos en la pobreza de una humanidad intrascendente. Aquellos que lo tienen en su centro tienen no solo un horizonte de eternidad sino de prosperidad y bendición. Fr. Edgardo Iriarte.
Ya estamos a las puertas de empezar el tiempo fuerte de la Cuaresma, el miércoles de ceniza es la puerta y el umbral donde iniciamos el camino que nos abre a la esperanza de un Salvador. Es un día éste cargado de simbolismo y de significación para la vida de los cristianos, pero en este tiempo de pandemia se hace más claro el llamado al cambio y a la conversión verdadera. Este tiempo, marcado por el color violeta, simboliza la penitencia, color que nos habla no solo del sayal de la oración sino también, del despojo en el ayuno y la grandeza de la limosna.
Entrar en el tiempo cuaresmal nos recuerda el inicio de un tiempo extremadamente fuerte y rico. La Iglesia siempre frente a los hechos centrales de su fe, nos prepara. Nada es improvisación, sino que todo es cadenciosamente macerado y preparado. Ese es el movimiento de nuestro corazón que poco a poco va acariciando los misterios de la fe y va macerando la riqueza de la palabra que revela la verdad de un Dios que no deja de hablarnos claro y mostrarse con toda la hermosura de un padre que nos dona su hijo para que nosotros tengamos vida y esta sea abundante.
El primer pilar es la Oración se nos plantea la profundización de una oración cualitativa que empape el corazón, el alma y todo el ser. No como una catarata de palabrerío vano, sino como el aceite es a la lámpara esencial para iluminar; así debe ser el combustible de nuestra vida. Tiempo de encuentro y diálogo profundo, tiempo del cara a cara con nuestro Dios. Tiempo de silencio rico en miradas y contemplaciones en la aparente quietud del templo, del sagrario. Abriendo oídos y dejando que El me hable, descubriendo que sin abrir mis labios El lee en mi corazón todo y mi vida.
El segundo pilar el ayuno; y como no hablar de El si en este tiempo de pandemia, aprendimos a ayunar de los afectos y de los gestos. Tuvimos que ayunar de los encuentros, de las risas y de los abrazos. Ayunar en este tiempo es más profundo que no comer carne. La pandemia nos hizo ver que tenemos necesidad de escucharnos más, tenemos que ayunar de las conexiones que nos desconectan. Veníamos corriendo y creyéndonos que vivíamos en un mundo hiperconectado y la pandemia nos desnudó, nos hizo ver que estábamos desconectados entre padres e hijos, entre hermanos, entre amigos. Vimos que estábamos más conectados a los aparatos, a las redes, a las apps y desconocíamos totalmente al otro no sabiendo en qué andaba, cómo estaba o qué sentía.
Por eso esta columna del ayuno va mucho más allá, ayunar nos hace encontrarnos con nosotros, desnuda nuestros egoísmos, perfila nuestras mezquindades, expone nuestras esclavitudes. Ayunar es retomar nuestro propio timón; es reasumir el control de nuestros deseos, de nuestras pasiones y de nuestras debilidades.
El tercer pilar es la limosna, nuestra generosidad. En la cultura del egoísmo y del materialismo; debemos aprender a darnos, en estos tiempos la pandemia nos pone frente a la necesidad de darnos en tiempo, en escucha y también cuando podemos materialmente. Siempre en los caminos vamos a encontrar otros que necesitan más que nosotros. En el camino que me toca vivir he aprendido que la solidaridad no es algo excepcional de momentos difíciles, sino una actitud que abarca todos los días de nuestra vida. Hoy encontramos muchas vidas que solo esperan un oído atento, otras esperan el abrazo consolador y la certeza de saber que tu presencia no es fugaz sino presencia en el caminar. Otras esperan tu ayuda material, desgraciadamente siempre pensamos y ayudar dando todo para convertirnos en salvadores únicos, y perdemos de dar lo poco lo pequeño que podemos; y ahí esta la diferencia. Muchos piensan, ayudaré cuando me saque la lotería, ciegos que no ven que Jesús está allí. El tiempo de cuaresma es precioso porque atempera nuestro corazón para el acontecimiento central de un Dios que nos regala a su Hijo para que nos de la vida eterna. Así como el Jueves Santo nos introduce de lleno al amor infinito, y el viernes santo en la entrega absoluta para despuntar en el alba de la resurrección. La cuaresma nos lleva a la esperanza de morir a nuestra vida vieja y reseca, a nuestra vida llena de miserias para resucitar con Cristo y alcanzar la pascua el paso del mundo a Dios.
Fr. Edgardo Iriarte.
Parroquia de Santa María (Arizona, Estados Unidos) - nativo de Facundo Quiroga.
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