Martes 10 de Julio de 2018
Homilía de ayer en el Te Deum de la Catedral de Nueve de Julio
Nuestra patria, dos veces centenaria, ha tenido que atravesar varias veces momentos críticos y difíciles. En todos ellos la Iglesia ha ofrecido el aporte, servicio y testimonio de su fe y caridad para implorar la asistencia divina y contribuir a la convivencia entre los ciudadanos.
En una de esas coyunturas críticas de la historia reciente, la Iglesia propuso la “Oración por la Patria” que comenzó a rezarse en las comunidades y rápidamente se difundió entre los fieles. Deseo hoy profundizarla y comentarla a fin de poder repetirla con mayor fervor, convicción y confianza, ya que la oración es el primer aporte de todo creyente a la realidad de la sociedad en la cual vive. Dice nuestra oración:
“Jesucristo, Señor de la historia te necesitamos. Nos sentimos heridos y agobiados. Precisamos tu alivio y fortaleza”.
Reconocer cómo nos sentimos es muy importante para ponernos de cara a Dios y ante nosotros mismos. Las heridas de las divisiones y de las grietas, que se siguen ahondando cada vez más, y el agobio por la incertidumbre sobre el futuro, el dinero que cada vez vale menos y no alcanza para las necesidades de la familia trae zozobra y angustia. Una vez más queremos presentar estos sentimientos al Señor y pedirle alivio y fortaleza.
“Queremos ser nación, una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común”
Estas heridas sólo se curan por la renuncia al egoísmo y el bálsamo de la solidaridad.
Tener pasión por la verdad nos salva de los relatos mentirosos que no nos dejan ver los problemas reales que nos aquejan y por tanto no nos permiten encontrar el remedio para nuestras dolencias.
El compromiso por el bien común sana la raíz de nuestros males. El individualismo - enfermedad socio cultural que nos viene afectando desde hace décadas y ante la cual no parece que estemos reaccionando- va minando nuestro interés por lo comunitario, la cosa pública, la auténtica participación política y social. El bien común no es siempre el horizonte de los ciudadanos quienes, a veces, parecemos que no encontramos otra alternativa que el “sálvese quien pueda”. Tampoco suele ser la meta de los diferentes actores o ámbitos sociales los cuales, tantas veces, se repliegan en defensa de sus intereses sectoriales generando así una atomización o división que conspira contra la necesaria unidad para construir aquello bueno para todos. Los liderazgos institucionales o sociales, en fin, no siempre están a la altura de su cometido y responsabilidades. ¡Necesitamos redescubrir, convencernos y comprometernos nuevamente con el bien común de nuestra patria!
“Danos la valentía de la libertad de los hijos de Dios para amar a todos sin excluir a nadie, privilegiando a los pobres y perdonando a los que nos ofenden, aborreciendo el odio y construyendo la paz”.
Aquí nos encontramos con una verdadera hoja de ruta o programa en unos valores compartidos por la gran mayoría de la sociedad que, sin embargo, nos cuesta mucho llevarlo a la práctica.
La libertad no es para la mera satisfacción de los deseos personales sino la búsqueda para una convivencia social sana y armónica. Sin excluir a nadie. El otro, el distinto, es parte de la solución, no es un problema del que tengo que defenderme. La inclusión es auténtico paradigma y clave de estos tiempos. ¡Si nos parece que alguien está demás y debe ser descartado o eliminado para que otros sean libres y disfruten en algo nos estamos equivocando o fallando gravemente!
Ante el próximo debate en el senado sobre la ley de despenalización del aborto no puedo -una vez más- dejar de manifestarme ni callar. Prácticas de este tipo significan un verdadero retroceso en la evolución humana y terminan por volverse contra nosotros mismos. ¡Aquí reside la primera forma de exclusión! Como personas nos repliega en un insensible egoísmo, como sociedad nos lleva a un estado de “barbarie maquillada y prolija” ¡No es esto conseguir ningún derecho sino un verdadero drama!
Pero este no excluir a nadie significa también poner manos a la obra para luchar por la mujer que sufre el drama de la violencia, la pobreza y la discriminación. En cada comunidad cristiana y en cada Cáritas somos testigos a diario de estos dramas. Por eso, afirmar: “cuidemos las dos vidas” es la actitud, la salida y el remedio verdaderamente acertado.
En este sentido como Iglesia diocesana estamos empeñados en acompañar a las madres y comprometernos en el cuidado de sus hijos a través de hogarcitos que ayuden a la contención y la crianza de los más pequeños. Los “Hogares de Cristo” para adolescentes en situación de mayor vulnerabilidad que permiten la educación responsable en todos los ámbitos de la formación humana. Las mejoras habitacionales que ayudan a restablecer la calidad de vida de las familias de manera que evitan el hacinamiento y la pérdida de privacidad que suelen ser elementos que llevan a la violencia familiar. Estos son modos concretos de aliviar y remediar estas realidades tan acuciantes.
Sigamos trabajando en nuestro pago chico en todo lo que esté a nuestro alcance. ¡Qué necesario e importante es que trabajemos mancomunadamente el municipio, las comunidades religiosas, las instituciones intermedias y los privados para sostener y multiplicar estas iniciativas!
“Concédenos la sabiduría del diálogo y la alegría de la esperanza que no defrauda”
No quiero dejar de subrayar esta expresión. No son las operaciones mediáticas, ni las “cortinas de humo”, ni los acuerdos “por debajo de la mesa”, ni las presiones o el chantaje por la fuerza lo que nos llevará a consensos y proyectos sostenidos sino el diálogo lúcido, franco y magnánimo que está a la altura de las circunstancias. Así también no podemos dejarnos llevar por una visión de las cosas y un estado de ánimo negativo, pesimista y derrotista. No olvidemos aquello de “a río revuelto ganancia de pescadores”, porque “climas sociales” de este tipo suelen ser caldo de cultivo de situaciones nada buenas.
“Tú nos convocas. Aquí estamos, Señor, cercanos a María, que desde Luján nos dice: ¡Argentina! ¡Levántate y camina! Jesucristo, Señor de la historia, te necesitamos”
La súplica final es una motivación y una llamada, una propuesta y un impulso a ponernos de pié, a seguir caminando, a no bajar los brazos ni claudicar, orientándonos hacia el futuro tanto con la humildad del que suplica confiadamente como con el canto alegre del caminante esperanzado que se siente cuidado por el amparo maternal de la Virgen de Lujan.
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