Lunes 10 de Julio de 2017
Homilía del Obispo de Nueve de Julio, Ariel Torrado Mosconi
El obispo diocesano instó a “arremangarse y trabajar codo a codo”.
Los pueblos y cada uno de nosotros vamos concatenando nuestra existencia en la dinámica temporal de pasado, presente y futuro. En el presente, el pasado nos alecciona, aprendemos de él, y así, nos proyectamos hacia el futuro con renovada esperanza. El año pasado en esta misma fecha celebrábamos solemnemente el bicentenario y hacíamos alusión a la necesidad de una refundación de nuestra Patria.
Hoy conmemoramos aquel acontecimiento que hace doscientos, y un año más, nos llevaba a la declaración de la independencia, sin embargo, todavía nos queda mucho por trabajar por la verdadera libertad. Para poder declarar la independencia de otras esclavitudes que aún someten nuestro pueblo como la corrupción y el narcotráfico, la pobreza y la exclusión, la falta de trabajo y oportunidades, la indiferencia y los intereses mezquinos que nos llevan a las divisiones y los enfrentamientos entre los argentinos.
Hace unos días, en la conmemoración del 25 de mayo, reflexionábamos en este mismo ámbito sobre la necesidad e importancia de un “pacto ciudadano” que nos reconfigure e impulse nuevamente como sociedad y nación. Hoy, al conmemorar la Independencia, quisiera profundizar en ello planteándonos los caminos y modos de alcanzar esa necesaria convergencia que, con realismo, prudencia y magnanimidad, nos ayudará a renovarnos y salir adelante genuina y auténticamente.
En una esfuerzo por “mirar bajo el agua” o tratando de ir más allá de la sintomatología epidérmica de los episodios de corrupción, pobreza, inseguridad y escándalos de cada día -¡qué ya de por sí son cosa seria!- deberíamos ir a las causas o los defectos en nuestro estilo de vida que generan o favorecen esos enormes problemas. Uno de ellos, sin lugar a dudas, lo encontramos en una “crisis de participación”. Efectivamente -expresándolo en nuestro lenguaje de todos los días- el “no te metas” o “no es mi problema”, el “hacer como que no se ve”, son formas de comodidad o pereza, de negligencia, oportunismo o cobardía, que se volvieron contra nosotros mismos porque favorecieron la falta de compromiso con lo bueno y el avance de todo tipo de conductas irresponsables, oportunistas y hasta perversas. ¡Cuán dañino ha llegado a ser para todos los argentinos este verdadero “combo” de omisiones!
¿Hay remedio para esto? ¿se visualiza un camino de superación? ¡Ciertamente que sí!
Antes de nada, deberíamos hacer un sincero esfuerzo por purificarnos y dejar atrás el lamento o la queja visceral como reacción permanente ante lo que no nos gusta o no conviene a nuestros intereses o privilegios. Se trata de despojarnos de actitudes meramente negativas. Es cierto que hay injusticias y dramas lacerantes que indignan y horrorizan. Pasada la primera reacción y hasta desahogo emocional, es necesario buscar el modo razonable y responsable de encontrar una salida. “Refunfuñar” es síntoma de infantilismo caprichoso y la “rebelión transgresora” por sí misma, es otro síntoma de adolescencia. Si deseamos alcanzar la “mayoría de edad” como sociedad debemos aspirar a la maduración de nuestras reacciones, opciones y conductas. En esto también consiste la esperanza.
Junto a lo anterior, debemos intentar seriamente la superación de “clichés”, “frases hechas”, “relatos” parciales y sesgados, construcciones semánticas dialécticas y antagónicas con que se va influyendo sobre la opinión pública, se va poblando el imaginario colectivo y se va manipulando al ciudadano “de a pie” tendiente a sumarlo a utopías, cuyos valores propugnados tantas veces se pervierten.
Para ellos les propongo dos actitudes profundamente “ciudadanas”, es decir, propias de la persona llamada a vivir en comunidad, socializada, en convivencia -no lucha- fraterna. Permítanme decirlas con dos expresiones utilizadas en el sencillo lenguaje cotidiano que encierra claridad y riqueza simbólica: “arremangarse” y “trabajar codo a codo”.
“Arremangarse” evoca un llamado a trabajar, a asumir la propia responsabilidad, con una importante dosis de generosidad y un verdadero espíritu de sacrificio. Se necesitan cuotas altas de magnanimidad y grandeza en vez de cálculos mezquinos de muy corto plazo. Evoca la saludable rutina del día a día que va construyendo silenciosa, constante y perseverantemente una realidad nueva y mejor sin desanimarse. ¡Tenemos que redescubrir la grandeza del “granito de arena” que tantas personas de buena voluntad aportan cotidianamente! Evoca, en fin, aquella “cultura del trabajo” hoy perdida, añorada, y que debemos ser capaces de recuperarla apostando a la conciencia, los valores y la calidad educativa.
“Codo a codo” nos invita a imaginar la unidad, la convivencia y la solidaridad. No podemos convivir “unos contra otros” sino “unos con otros”. No es un mero juego de palabras sino una realista apreciación de cómo debemos situarnos, relacionarnos y actuar teniendo como horizonte el bien común. Una de las potencialidades y riqueza de toda sociedad es la calidad de su convivencia. De ella proviene la fuerza, no del poder violento y autoritario, sino de la unidad, la cohesión y la paz en el horizonte del bien común. ¡Una evidencia innegable de nuestra realidad, es que el tejido social se sostiene por el compromiso y la responsabilidad de aquellos que siguen obrando rectamente cumpliendo con su deber cada día! Y este es también un motivo cierto de esperanza.
Como Iglesia -insisto siempre en ello- no podemos dejar de ver “la viga en nuestro propio ojo antes de señalar la basurita en el ojo ajeno”, sólo esto nos ayuda a superar el mal. Estas cosas me las digo en primer lugar a mí mismo y a la comunidad católica nuevejuliense, debemos arremangarnos y trabajar cada vez más por los pobres, por los jóvenes que han caído en el flagelo de las adicciones y por todos los necesitados. Hacerlo codo a codo con nuestros hermanos de las iglesias evangélicas y las demás confesiones religiosas. A la vez, no podemos dejar de reconocer y apreciar el caudal espiritual, en valores y solidaridad que podemos ofrecer como nuestro propio don y servicio a la sociedad toda.
Responsabilidad y solidaridad participando en el quehacer cotidiano social, político, educacional, de la salud, cultural, religioso, en el cuidado de los más vulnerables y necesitados, es la tarea enorme y a la vez esperanzadora que tenemos por delante. No dudemos que el camino de la participación nos llevará, poco a poco, ciertamente y con seguridad, a un mañana mejor. La indiferencia siempre ha traído decadencia y desolación, la participación, en cambio, cura heridas, nos hace fuertes y más felices a todos. Con humildad y confianza transformemos nuestros propósitos de “arremangarnos y trabajar codo a codo” en plegaria para que Dios nos conceda la verdadera libertad como nación. Así sea.
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