Viernes 26 de Diciembre de 2014
Homilía de navidad de Mons. Martín de Elizalde OSB.
Queridos hermanos y hermanas: Ante todo, el deseo ferviente de una gozosa celebración de la Navidad para todos ustedes, de una participación fructuosa en la liturgia de la Iglesia y de una experiencia interior de encuentro con el Salvador, que nos visita, Niño, en Belén y llega así a nuestras vidas. El don es Él mismo, en Él se encuentran la felicidad y la paz, Él es la causa de todo bien y el remedio y la reparación de todo mal. Y cuando en estas fiestas santas expresamos el deseo de aquello que necesitamos y esperamos, en realidad estamos diciendo los nombres, enumerando los atributos y los dones que vienen con Él y de Él, Jesús, el Hijo de Dios, y sabiéndolo o no, nos encontramos rogando con la antigua plegaria de la Iglesia, con el llamado insistente del Pueblo de Dios: “¡Ven, Señor Jesús!”. Hoy que Él viene a nosotros, abramos el corazón para recibirlo.
Pedimos lo que nos falta, imploramos para que cese lo que nos aflige, pero ¿nos damos cuenta verdaderamente de lo que ya está entre nosotros, de lo bueno que nos ha aportado, de la fecundidad de cuánto hemos recibido y que son los instrumentos que tenemos para alcanzar la felicidad y dar al mundo la paz? Frente a la división, causada por la ambición y el egoísmo, frente a las heridas causadas por el odio, frente al flagelo de la pobreza y la desigualdad, no podemos conformarnos con el pedido de una solución puntual, milagrosa. Somos actores de la historia, y el mundo nos ha sido dado para que vivamos en él y lo administremos con sabiduría y justicia. Estas capacidades existen, ocultas muchas veces, pero existen, y es nuestra responsabilidad, de hombres y de creyentes, ponerlas en práctica, al servicio del bien que anhelamos. No son solo los gobernantes y políticos, los empresarios y administradores, los que tienen que hacerlo, sino todos y cada uno de nosotros, en el ámbito de sus responsabilidades, la familia, el trabajo, la comunidad.
En el interior de cada uno de nosotros, la tristeza y el dolor, la soledad y el abandono, la desesperanza, nuestras propias faltas y pecados, pueden hacernos olvidar el amor de Dios, su misericordia, la confianza que Él ha puesto en nosotros y el acceso tan fácil que nos ha dejado para que lleguemos hasta Él. Pidamos el alivio de las aflicciones, pero atendamos también a tantos gestos de caridad y de alivio fraterno, a tanta generosidad empleada en bien de los que sufren, y asociémonos a ellos, imaginativamente, para que se haga realidad cada día, en nuestras comunidades y en el mundo entero, la verdad anunciada de la fraternidad en Cristo.
En estas fechas expresamos nuestros deseos, y les trasmitimos a los hermanos que nos unimos a ellos, para pedir su cumplimiento, sin reservas ni egoísmo. Descubramos esos caminos nuevos, inexplorados tal vez hasta ahora, pero que nos confía Jesús nuevamente, como lo hace en cada Navidad, viniendo a nosotros en su Nacimiento, para que por nuestro medio se haga manifiesta la alegría de ser regenerados como hijos de Dios.
Tenemos muchas oportunidades para hacerlo, y existen varios caminos para ello. La Iglesia nos invita a unirnos para darle expresión en la vida social y familiar, a sacar de su enseñanza y de los sacramentos que celebra los elementos para hacerlo, a comprometernos con nuestros Pastores, a invitar y atraer a nuestros hermanos, siguiendo el ejemplo de los santos de todos los tiempos. Esperamos para este año el Sínodo de Obispos que tratará sobre la familia. Es una invitación para orar por nuestros pastores, que deberán deliberar sobre estos temas tan importantes, y pedir a Dios y trabajar consciente y consecuentemente por la unidad y la estabilidad de la familia, por el respeto por la vida, por el acompañamiento de los niños y jóvenes. Es, en efecto, la familia el ámbito donde comienza la vida de cada hombre, el primer templo donde aprende a orar y a adorar a Dios y la primera escuela de la fe y del ejercicio de la caridad.
Una propuesta del Santo Padre Francisco es la invitación a celebrar el Año de la Vida Consagrada, iniciado el primer domingo de Adviento y que se prolongará hasta el 2 de febrero de 2016. En su mensaje para esta ocasión el Papa describe la misión de los religiosos y religiosas, expresa la importancia de su testimonio y de su misión, y los exhorta a vivir con fidelidad y generosidad renovadas esa vocación. Y el Papa dice también que esta ocasión debe ser aprovechada por todos los fieles de la Iglesia: “Invito por tanto a todas las comunidades cristianas a vivir este Año, ante todo dando gracias al Señor y haciendo memoria reconocida de los dones recibidos, y que todavía recibimos, a través de la santidad de los fundadores y fundadoras, y de la fidelidad de tantos consagrados al propio carisma”. La vida consagrada es un modelo de vida evangélica, y todos tenemos mucho que aprender de ella.
Queridos hermanos y hermanas;
Con el corazón lleno de alegría recibimos esta noche a Jesús. Al tenerlo tan cerca de nosotros, al repasar las circunstancias de su venida y agradecer sus dones, expresemos nuestra gratitud por tanto amor recibido y manifestemos la confianza que tenemos de ser siempre escuchados, disponiéndonos a serle siempre fieles y a llevar con el testimonio y la palabra su mensaje de felicidad y de paz.
Nueve de Julio, Iglesia Catedral
24 de diciembre de 2014
Mons. Martín de Elizalde OSB