Lunes 20 de Enero de 2020

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El mejor Presidente

No fue un Churchill, un De Gaulle, un Adenauer, un Yrigoyen, ni un Alfonsín. Mucho menos un Perón. No despertó el fervor de las masas ni su palabra fue la de un iluminado. No fue una personalidad deslumbrante. Ni un orador que nos cautivara. Ni una inteligencia sin par. Arturo Illia fue un hombre bueno.

Quienes ignoran el sentido medular de esta palabra pueden subestimarla cuando es atributo de un estadista. Una vez a los argentinos nos gobernó un hombre bueno. Sus convicciones personales jamás fueron dogma, ni el prójimo un instrumento, ni el despotismo un recurso válido de poder, ni el gobierno un fin en sí mismo.

Estamos sedientos de virtudes elementales: justicia, honradez, paz, confianza, trabajo y libertad. Son formas de la bondad,  que es la esencia del altruísmo.

Una vez tuvimos por presidente a un hombre bueno. Si es hondo el deterioro de la República se debe a que la sustancia humanista de nuestra sociedad se ha perdido. La frustración hizo que nos acercáramos como nunca a esa tierra de nadie y de nada que llamaron el  Apocalipsis.

A las naciones se las predica por sus gobernantes. No cundió,  entre los gobernados de nuestra patria, el ejemplo de quienes la atormentaron sin el consentimiento de la enorme mayoría de los argentinos. No aprendimos a asesinar, a estafar, a mentir, a aterrar, a sobornar, a torturar y a negar nuestros actos. Roguemos que cunda, en cambio, el ejemplo de hombres como Arturo Illia. Con él perdimos un rostro transparente. Un rostro excepcional en la Argentina moderna. El rostro de un hombre que nunca estafó a quienes lo escuchaban.

Que jamás habló para ocultar sino para darse a conocer entero.

Hubo en la historia estadistas a quienes es posible imaginar de pie y sin custodia en cualquier esquina, confundidos con la marea ciudadana. Hombres entre hombres. El fue uno de ellos. Todo en él remitía a las virtudes del ciudadano cabal. A quienes trabajan y recorren las ciudades y los campos. A quienes habitan las casas donde no hay armas ni centinelas. A quienes desconocen la retórica, la soberbia, el miedo que emana de las acciones miserables y las mediocridades del lujo mal habido.

Entre los que gobernaron la Nación, hubo algunos a quienes es posible identificar con los gobernados porque fueron seres de su misma estirpe. El fue uno de ellos. Fue, como los millones que le dan forma al cotidiano del país, un presidente de todos los días.

Si como quiso el griego clásico, los muertos hablan a los vivos desde el reino de las sombras, pidamos que la voz de Arturo Illia no se aparte de la patria; que se haga oír y que respalde a los que aún creemos que otra Argentina es posible. Que nos alumbre para que sepamos qué no hacer, qué no decir, qué no creer, qué no escuchar. Ya nos ocuparemos nosotros, bajo su aliento inspirador, de seguir luchando más y mejor por lo que sí vale la pena  hacer, decir, creer y escuchar. Y para que un día este suelo sea digno de contar a Arturo Illia entre quienes en él descansan en paz.  Porque, además de todo, fue el mejor Presidente de la historia argentina.

 Julio Fernández Cortés
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