Jueves 9 de Abril de 2015

Sobre cipayos...

Publicación pedida por Julio Fernández Cortés.

Días pasados,  un “atrevido”  acusó de “cipayo” a Walter Battistella por haber mencionado al principio de autodeterminación de los pueblos, durante su discurso en el acto de homenaje a los nuevejulienses que pelearon en las Malvinas. “Y lo hizo delante de los excombatientes” enfatizó.

Sin querer ofender a nadie desde lo personal por la ignorancia, puesto que estas son cuestiones políticas y de eso se trata, estarían buenas algunas consideraciones al respecto.

La autodeterminación de los pueblos es uno de los principios que rigen el orden internacional. Uno de los puntales de las causas nacionalistas y antiimperialistas. Es el derecho de un pueblo a decidir libremente su condición política, sus propias formas de gobierno, su desarrollo económico, social y cultural y estructurar libremente sus instituciones, sin intervenciones externas, de acuerdo con el principio de igualdad. Está señalado en la Carta de las Naciones Unidas

La ignorancia lleva a confusiones. El principio de autodeterminación no es aplicable – para tranquilidad del  “atrevido” – a la cuestión Malvinas. Porque en este caso se trata de una invasión llevada adelante por uno de los imperialismos de aquellas épocas (1833).

Como radical, me siento plenamente identificado con ese principio, enarbolado por Hipólito Yrigoyen en reiteradas oportunidades durante sus presidencias.

En 1919 Yrigoyen ordena rendir homenaje a la bandera de la República Dominicana, estando ese país invadido por los Estados Unidos. Utilizó  una histórica frase: “los hombres son sagrados para los hombres y los pueblos son sagrados para los pueblos”.

Dicho esto, vayamos al término usado por el “atrevido” en cuestión. Acusó de “cipayo” al intendente Battistella. Hay que aclarar ciertos conceptos, que tienen que ver con el conocimiento y, por qué no, también con la memoria.

Más allá de las académicas, hay una definición política de lo que es un “cipayo”: es aquél que defiende intereses extranjeros – ya sea de un país o de una empresa – en contra de los de su Patria.

Para ejemplificar mejor, pongámosle a las cosas nombres y apellidos de Presidentes argentinos: Hipólito Yrigoyen no fue un “cipayo”. Hay muchos ejemplos como el de Santo Domingo al respecto. Cuando ordenó retirarse a la delegación argentina de la reunión de las naciones luego de la primera Guerra Mundial, porque los vencedores no reconocían la igualdad entre ellos y los vencidos. Y hay más.

Arturo Illia no fue un cipayo. Cuando decidió presentar una Ley de Medicamentos que protegía a los argentinos por sobre los intereses de los laboratorios norteamericanos. Y hay más.

Raúl Alfonsín no fue un cipayo cuando en los jardines de la Casa Blanca le señaló al presidente Reagan la posición argentina en contra de las políticas que su gobierno implementaba en América Latina. Y hay más.

Pero ahora hablemos de cipayos. En ocasión de la firma del acuerdo con la empresa Standard Oil para explotar las riquezas petroleras argentina en la Patagonia por parte del ex presidente Perón, en el año 1955, el reconocido historiador Adolfo Silenzi de Stagni señaló: “se trata de un típico contrato leonino”. 

Se entregaba una extensa porción de territorio, se le permitía establecer un precio mayor al del petróleo importado y se condecía autoridad jurisdiccional a la compañía. La decisión le valió incluso las duras críticas de sectores del mismo oficialismo. Se llegó a hablar de traición al artículo 40 de la Constitución de 1949, que mencionaba el carácter inalienable e imprescriptible de los derechos soberanos de la Nación sobre sus recursos naturales. Eso es cipayismo...
Menem y la entrega de  YPF con el apoyo del matrimonio Kirchner.

El 17 de septiembre de 1992, una semana antes de la venta de YPF, la diputada Cristina Kirchner, habló en Santa Cruz  para presionar a los diputados a que aprobaran la privatización de la hasta entonces petrolera estatal YPF. 

La  venta de YPF permitiría cerrar las cuentas provinciales. Una semana después, Oscar Parrilli, diputado por Neuquén, defendió en el Congreso Nacional la venta de la empresa estatal dándole un firme apoyo a  Menem.

El proyecto tratado en la legislatura santacruceña fue firmado por Cristina Fernández de Kirchner.  Eso es cipayismo.

Parrilli afirmó: “No pedimos perdón por lo que estamos haciendo (...) Esta ley servirá para darle oxígeno a nuestro gobierno y será un apoyo explícito a nuestro compañero Presidente [Menem]”.  Eso es cipayismo.

Es cipayismo todo lo que hizo Menem. Recordemos: las ventas – muchas veces fraudulentas – de la enorme mayoría de las empresas estatales que realizó con el respaldo de muchos de estos “revolucionarios de pacotilla” que hoy nos gobiernan.

Dejamos una frase que lo incomodará al “atrevido” y que fuera publicada en su Twitter por el Presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Julián Domínguez. Afirmó el 15 de marzo de 2015: “Yrigoyen y Alfonsín fueron humanistas, progresistas y defendieron el principio de autodeterminación de los pueblos”. O sea, no fueron cipayos.

Lo que sí vale aclarar –reiterando que lo hacemos a favor del conocimiento y en homenaje a la memoria de todos y sin “festejar” la ignorancia de algunos – es que, en política, ser cipayo es, además de ejecutar las políticas arriba señaladas, haberse subido al avión que los genocidas pusieron a disposición de los cipayos de la época, entre los que se encontraban los máximos dirigentes del “kirchnerismo” de entonces (los políticos, los sindicales, los empresarios y los artistas) para llegar a las Malvinas respaldando la locura de un general borracho y despreciando las vidas de cientos de chicos argentinos que allí murieron a partir de esa demencia. Como frutilla del postre después anunciaron su negativa a juzgarlos por los crímenes cometidos...

Eso no solo es “cipayismo”. También puede ser calificado de otra manera, que no hacemos por respeto a los lectores. Aunque lo merezcan los que lo hicieron y sus seguidores. De entonces y de ahora.

Ah, y los radicales nos quedamos con el orgullo de que haya habido uno que no fue: se llamaba Raúl Alfonsín. Que fue el único que se opuso a esa locura.

Julio Fernández Cortés
Miembro de la Mesa Ejecutiva de la Convención Provincial de la UCR.


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