Sábado 21 de Febrero de 2015
Publicación pedida por Jorge Silvestre.
Desde la aparición sin vida del fiscal Alberto Nisman, hemos presenciado infinidad de hipótesis sobre el hecho más grave sucedido desde la recuperación democrática en nuestro país. Se trata, ni más ni menos, de la aparición sin vida de un hombre que estaba a 24 horas de presentar en el Congreso de la Nación las denuncias efectuadas contra la Presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, de su canciller Héctor Timmernan y dos prominentes dirigentes del oficialismo gobernante, por encubrimiento de la conexión de varios de los máximos dirigentes del gobierno iraní con el atentado contra la mutual AMIA en 1994 que provocó la muerte de 84 personas, en uno de los atentados terroristas más graves que registra la historia argentina.
Las denuncias que iba a relatar Alberto Nisman en el Congreso de la Nación hablaban de un pacto de impunidad y encubrimiento llevado adelante por las máximas autoridades del Gobierno argentino y los integrantes del grupo iraní que participó en el atentado contra la mutual israelí. Tal la gravedad de la situación que se estaba viviendo por esos días de la aparición del cadáver del fiscal.
A partir de ese día fatídico para la democracia argentina comenzaron las operaciones. En realidad, habían comenzado antes: la violencia verbal dirigida por importantes dirigentes del oficialismo contra la persona del fiscal (“vamos al Congreso con los tapones de punta”) terminó en lo que nadie esperaba: la violencia física que nos retrotajo a épocas que nadie pensaba que se volverían a repetir. De un zarpazo nos devolvieron a ese pasado tenebroso...
Ese día pareció que el pasado nos había alcanzado...
Una vez muerto Nisman, los operadores del oficialismo y los “idiotas útiles” que nunca faltan comenzaron otro tipo de operaciones con un sólo objetivo: de las denuncias presentadas por el fiscal contra la Presidenta, el Canciller y otros altos dirigentes kirchneristas no había que hablar más. ¿Cómo se logra eso? Pues, es sencillo: que comience lo que comúnmente se llama “embarrar la cancha”.
Se sumaron los ataques, agravios y aprietes contra los miembros del Poder Judicial que decidieran participar de la Marcha del Silencio.
Y también la descalificación de la marcha misma, considerándola, por parte de altos funcionarios del Gobierno como una manifestación de la oposición política.
Pero la marcha se realizó y tuvo una pasividad impresionante e histórica. Cientos de miles de argentinos marcharon en paz por las calles y plazas de la República, manifestando de esa manera su decisión de poner un freno al autoritarismo y la violencia.
Una marcha que no tuvo agravios, ni violencia de ningún tipo. Sólo fue una masiva presencia del pueblo argentino con un clarísimo mensaje a toda la dirigencia política de nuestro país: queremos justicia, basta de autoritarismo y que se respeten las instituciones de la democracia.
Así de simple. Pero con la contundencia que dan las manifestaciones populares.
Mientras tanto, en la Argentina, pareciera que todos: el gobierno, el partido oficialista y sus principales dirigentes y la mayoría de los medios de comunicación se han salido con la suya, por acción o por omisión.
Han logrado que todos se olviden de las gravísimas denuncias de Nisman. Nosotros, no.
Tenemos una obligación hoy los argentinos: exigir el esclarecimiento del hecho más grave desde que recuperamos la democracia y también, que nunca más se produzcan estos hechos que atentan contra nuestra seguridad y nuestros derechos fundamentales. Sin miedos, sin violencia, pero reclamando justicia para Alberto Nisman. Pero que también se investiguen las denuncias generadas por el fiscal y renovadas por quien lo sucedió en la causa.
Para que nunca más la violencia nos devuelva de un solo golpe al pasado. Por Jorge Silvestre Presidente Bloque Diputados bonaerenses Unión Cívica Radical.