Viernes 20 de Febrero de 2015
Publicación pedida por Julio Fernández Cortes.
El pasado miércoles se manifestó el pueblo argentino. Lo hizo en todas las plazas del país. Se autoconvocó a Marchas del Silencio en homenaje al fiscal Alberto Nisman. Lo hizo con la convicción de que Nisman fue asesinado. Ya nadie habla de suicidio. Cabe aquí señalar que la primera que habló de un crimen fue la mismísima Presidenta de la Nación cuando, a los pocos días de sucedido, señaló que no tenía pruebas, pero que tampoco tenía dudas...
Las estruendosas Marchas del Silencio dejaron varios mensajes, para quien los quiera escuchar. La sensación que el miércoles se produjo una bisagra histórica en la relación del pueblo argentino con sus gobernantes. Dijo el pueblo que nunca más deberá ser subestimado. Que nunca más podrán los gobernantes de turno tomar a los argentinos como un manso rebaño de ovejas al que se lo puede conducir según sean sus intereses políticos o personales.
Que podrán seguir cumpliendo sus lamentables actuaciones hablando de cuestiones que a nadie le interesan ante la gravedad de la realidad que estamos viviendo, pero anoticiados que nadie les cree. Que podrán seguir gastando sus tiempos pretendiendo que nadie se fije en ciertos temas, pero a sabiendas de que el pueblo argentino está más preocupado por la suerte de las instituciones de la República y por la democracia misma. Que podrán insistir en el relato de un país maravilloso que sólo ellos perciben, pero teniendo claro que la enorme mayoría de los argentinos sufre cotidianamente por una realidad que ellos se empeñan en desconocer.
La fortaleza de las Marchas del silencio que conmovieron el miércoles al país reside precisamente en eso: el impactante mensaje que dejaron. El homenaje al fiscal asesinado se transformó, por decisión del pueblo argentino, en una fortísima señal enviada a toda la clase dirigente de nuestro país, sin excepciones: no se podrá, de ahora en más, subestimar la inteligencia de la gente. Esa gente que generó una impresionante movilización pidiendo justicia, que no necesitó de convocantes ni de ninguna clase de trabajo previo, que bien podría haber consistido en micros para el traslado, o vales de comida, o de permisos para salir antes del trabajo o, por qué no, “aprietes” que aseguraran la asistencia. Ciertamente, sí existieron “aprietes” para invalidar las Marchas y descalificar a quienes concurrieran...
La lluvia, que trajo como consecuencia la presencia de cientos de miles de paraguas, también terminó siendo una clara señal: nadie se amilanó y, por el contrario, pareció fortalecerse ante esa adversidad climática, la necesidad de todos de decir presente en las calles y plazas de la capital de la Argentina. Mientras tanto, se pudo observar también, a la Presidenta de todos los argentinos, “ningunear” como lo viene haciendo desde la muerte de Alberto Nisman, al sentimiento y al convencimiento por parte del pueblo argentino, de que estamos en presencia de un crimen del poder.
Un crimen del poder que tiene su origen en las denuncias efectuadas por Nisman contra la propia Presidenta, su canciller y otras “prominentes” figuras de su gobierno y de su “entorno”.
Se empeñan desde el poder en desviar el eje de la cuestión. Tienen la complicidad de una serie de idiotas útiles que desde medios de comunicación contribuyen a embarrar la cancha llenando el tiempo con especulaciones sobre si se podía o no entrar al baño; si la bala se disparó apoyada en la cabeza del fiscal o a diez centímetros; si la lista para las compras la había escrito el fiscal o la señora que trabajaba en la casa; si la madre entró al baño o no; si son ciertas las declaraciones de una testigo llevada allí por la Gendarmería y una serie de cuestiones que poco tienen que ver con lo que debería ser el objetivo central de todas las especulaciones, ya sean políticas o periodísticas: la denuncia formulada por Nisman contra la Presidenta de la Nación y el canciller acusándolos de encubrir a los terroristas que atentaron contra la AMIA. Una denuncia que, por su gravedad institucional, no registra antecedentes en la historia argentina. Además de, obviamente, saber de quién fue la mano asesina que terminó con la vida del fiscal. La mano intelectual y la mano física.
El cuadro de situación luego de las marchas del miércoles podría sintetizarse de la siguiente manera: de un lado está el pueblo argentino con su reclamo de justicia y de defensa de la República y de sus instituciones. Gritando, con su silencio, que no está dispuesto a seguir soportando esta realidad que se vive en la Argentina.
Y del otro, un gobierno empeñado en desconocer esta realidad; pretendiendo que se reconozca un paraíso que existe sólo en su imaginación; avasallando para eso los derechos de muchos y despreciando la inteligencia de una enorme mayoría de argentinos. Acompañado por una pequeña “claque” de aplaudidores a sueldo que llenan, cuando se les ordena, el cada vez más pequeño Patio de las Palmeras de la Casa Rosada.
Y un último párrafo para los cipayos locales, que pretendían que en 9 de Julio no había que hablar del asesinato de Nisman y sus gravísimas consecuencias para el futuro de nuestra democracia, porque era algo que no nos tocaba y porque la Presidenta se bastaba sola para defenderse. El miércoles, en la Plaza Belgrano, ellos también tuvieron la respuesta que merecía su servilismo...
Julio Fernández Cortés
Miembro de la Mesa Ejecutiva de la Convención Provincial de la UCR.