Sábado 24 de Enero de 2015
Publicación Pedida por Julio Fernández Cortés.
El tema en cuestión sería las relaciones exteriores del peronismo a lo largo de su frondosa historia. Empecemos:
Perón recibe y les da secreto asilo a innumerables genocidas nazis una vez que termina la Segunda Guerra Mundial.
Pocos años antes de que lo derrocara el injustificable golpe de Estado autodenominado “Revolución Libertadora” puesto que se trataba de un Gobierno democráticamente elegido por el pueblo realizó “negociaciones” a través de las cuales entregaba riquezas petrolíferas del sur argentino a empresas multinacionales.
Cuando se exilió mantuvo “fuertes” relaciones con “afamados” dictadores latinoamericanos, hasta que recaló en España, gobernada, nada más ni nada menos, que por el genocida Francisco Franco.
Mientras vivió en España entre sus mejores amigos se encontraba Jorge Antonio, de quien no vale la pena recordar su prontuario.
Antes de regresar al país frecuentaba, entre otros, a Licio Gelli, uno de los “jefes” de la P2, que también integraban Massera y Suárez Mason, a quien incluso condecoró cuando ya era presidente de la Nación.
López Rega, creador de la Triple A, con su indiscutible anuencia, mantuvo estrechas relaciones con viajes y “negocios” incluidos, con Libia, de cuyo dictador hablaba como “un gran amigo de la Argentina”.
Siguiendo con las posiciones del peronismo, bien vale recordar la activa participación de su rama sindical en el derrocamiento del Gobierno de Arturo Illia, a quien sacaron del poder para entregarlo a las poderosas empresas multinacionales, representantes del imperialismo norteamericano por ese entonces. Sólo basta recordar a Adalbert Krieger Vasena, el primer ministro de Economía del mesiánico Juan Carlos Onganía.
Vale también recordar las declaraciones de Perón cuando se conoció la noticia del asesinato y derrocamiento de Salvador Allende en Chile. Curiosamente, utilizó la misma frase que dijo en ocasión del golpe a Illia. Dijo: hay que desensillar hasta que aclare...
Luego llegó Carlos Menem: recordar las relaciones carnales con los Estados Unidos; la entrega del patrimonio nacional cuando vendió todas las empresas del
Estado a través de escandalosos negociados, y el envío de naves con soldados argentinos a la Guerra del Golfo.
Y Néstor Kirchner quien, mientras su señora, en esos tiempos senadora de la Nación, señalara como responsable del atentado a la AMIA a la República de Siria y de tener sospechosas actitudes al respecto durante su trabajo como miembro de la comisión investigadora del Congreso de la Nación, conformó la fiscalía que tendría que dedicarse exclusivamente a la investigación del atentado y designó para esa difícil tarea al fiscal Alberto Nisman. Le colocó a su lado, como principal asesor, al agente de la SIDE Antonio “Jaime” Stiusso.
Cabe recordar que a Stiusso lo hizo conocer el, por ese entonces Ministro Béliz. ¿Cómo terminó? El presidente Kirchner lo echó y así comenzó una larga temporada de padecimientos que, incluso, provocaron que tuviera que irse del país, puesto que nadie le daba trabajo en su profesión: el derecho.
Y asumió Cristina. Y se murió Néstor. A partir de allí la Presidenta se olvidó de sus acusaciones contra Siria y, toda su atención se manifestó en apoyar a Irán en su tarea, difícil por cierto, de separarse de la causa en la que figuraba como principal responsable del atentado. Con nombres y apellidos de importantes dirigentes de ese país en la organización logística del mismo.
Y llegó el impresentable memorandum de acuerdo a través del cual la Argentina solicitaba que los funcionarios iraníes se presentaran ante la Justicia de nuestro país. Luego de escandalosas deliberaciones en el Congreso, el Kirchnerismo impuso su mayoría y el acuerdo fue aprobado por la Argentina. Irán NUNCA lo hizo. Para ser más claro, nunca lo trató y por consiguiente, nunca lo aprobó.
Y ahora aparecieron las denuncias del fiscal Nisman. Quienes han hablado con él señalan categóricamente, que las pruebas son impresionantes.
Pero el fiscal se murió. Nadie sabe si se suicidó, si lo mataron, si el suicido fue inducido. En principio, toda la corte de adulones siguió a la Presidenta y también viró cuando ésta lo hizo. Primero era un suicidio clarito y ahora alguien lo mató. Pasan las horas y cada vez queda todo menos claro. Y cada vez quedan más comprometidos funcionarios importantes del Gobierno Nacional y “perejiles”( o no tanto) como D´elía, Larroque y Esteche. Y también comienzan a aparecer espías que no eran espías, funcionarios de la Jefatura de Gabinete que no eran funcionarios, y seguramente seguirán apareciendo. Y también Capitanich, que no tiene nombre...
Hasta aquí llegamos, porque la cuestión da para largo si apretamos a la memoria. En este estado vivimos hoy los argentinos.
¿Nos merecemos esto?
¿Nos merecíamos lo de los nazis? ¿Nos merecíamos a la Triple A, a López Rega, a Isabel o al mismísimo Perón que los apañó a todos? ¿Nos merecíamos los argentinos a Menem y a sus traiciones a la propia historia del peronismo en lo que hace a la justicia social? ¿Nos merecíamos los argentinos a Cristina Kirchner acusando a Siria y luego jugarse para encubrir a Irán? ¿Nos merecemos los argentinos tener que escuchar a quienes fueron importantes funcionarios del kirchnerismo que parece que hubieran nacido ayer a la mañana de un repollito?
¿Quienes? Massa, por ejemplo... De Scioli la verdad es que no podemos opinar porque se nota que está muy ocupado en la Costa. Y no sé si no es mejor que, por ahora, no conozcamos qué es lo que opina de esta actualidad sangrante que nos tapa a todos los argentinos de bien.
Y por último, hablemos del pago chico, 9 de Julio: ¿Alguien escuchó a algunos de los dirigentes que se rasgan las vestiduras defendiendo al kirchnerismo al menos una sola palabra en defensa de Cristina y su Gobierno? Ni lo piensen, cuando el barco se hunde, no hay rata que no salga escapando lo más rápido que puede... Ya lo hicieron con Menem, con Duhalde, con Kirchner y seguramente, en poco tiempo, los veremos haciéndolo con Cristina. Si se lo hicieron a Jesús Blanco...
No vale la pena dar nombres...
Julio Fernández Cortés.