Sábado 17 de Enero de 2015

El mejor presidente

Publicación pedida por Julio Fernández Cortes.

Un día Santiago Kovadloff escribió: No fue un Churchill, ni un De Gaulle, ni un Adenauer. No fue un Yrigoyen, ni un Alfonsín. Mucho menos un Perón. No despertó el fervor de las masas ni en su palabra palpitó la genialidad de un iluminado. Con él no perdimos una personalidad deslumbrante. Ni un orador que nos cautivara. Cuando murió Arturo Illia los argentinos perdimos a un hombre bueno. Y cuando los mesiánicos lo derrocaron, perdimos al mejor Presidente.

Sólo quienes ignoran el sentido medular de esta palabra pueden subestimar lo que ella implica cuando es atributo de un estadista. Una vez a los argentinos nos gobernó un hombre bueno. Un ser para quien sus convicciones personales jamás fueron dogma, ni el despotismo un recurso válido de poder, ni el Gobierno un fin en sí mismo.

El país anda sediento de virtudes elementales: justicia, honradez, paz, confianza, trabajo, libertad. Formas de la bondad que es, en última instancia, la esencia del altruísmo.

Una vez los argentinos tuvimos de Presidente a un hombre bueno. A las naciones se las predica con la conducta de sus gobernantes. No cundió, entre los gobernados de nuestra patria, el ejemplo de quienes la condujeron durante algún tiempo sin el consentimiento del pueblo. No aprendimos a asesinar para resolver nuestras discrepancias. A estafar, a mentir, a aterrar, a sobornar, a torturar. Roguemos que cunda, en cambio, el ejemplo de hombres como Arturo Illia.

Con él perdimos un rostro transparente. Un rostro excepcional para la Argentina moderna. El rostro de un hombre que nunca recurrió al lenguaje para estafar a quienes lo escuchaban. Que jamás habló para ocultar.

Hubo en la historia del país algunos estadistas a quienes es posible imaginar de pie y sin custodia en cualquier esquina, confundidos con la marea ciudadana. Hombres entre hombres. El fue uno de ellos. Era un ciudadano cabal. De los que habitan en casas sin armas ni centinelas. De los que desconocen la retórica, la soberbia, el miedo que emana de las acciones miserables y las mediocridades del lujo mal habido.

Entre los que gobernaron la Nación, hubo algunos a quienes es posible identificar con los gobernados porque fueron seres de su misma estirpe. El fue uno de ellos. Fue, como los millones que le dan forma al cotidiano del país, un Presidente de todos los días.

Si como quiso el griego clásico, los muertos hablan a los vivos desde el reino de las sombras, pidamos que la voz de Arturo Illia no se aparte de la patria; que se haga oír y que respalde a los que aún creemos que otra Argentina es posible.

Que nos alumbre para que sepamos qué no hacer, qué no decir, qué no creer, qué no escuchar.

Ya nos ocuparemos nosotros, bajo su aliento inspirador, de seguir luchando más y mejor por lo que sí vale la pena hacer, decir, creer y escuchar.

Y para que un día este suelo sea digno de contar a Arturo Illia entre quienes en él descansan en paz.

Porque, además de todo, fue el mejor Presidente de la historia argentina.

Julio Fernández Cortés


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