Miércoles 10 de Diciembre de 2014

Un presidente

Publicación pedida por Julio Fernández Cortés.

El 10 de diciembre tiene nombre y apellido. Se llama Raúl Alfonsín. Es imposible  despegarlo de ese día. Nadie lo representa mejor si nos referimos a la historia de los argentinos. Porque además es el Día de los Derechos Humanos.

Y a uno se le vienen los recuerdos de lo vivido. En las de alegrías inenarrables y  también en las horas más tristes. En días de tragedia, cuando el mesianismo nos había arrancado la referencia y nos ponía ante una terrible disyuntiva: seguir o cuidarnos, olvidando lo que Sergio Karakachoff nos decía: el compromiso es para toda la vida. Ese día estuvo con nosotros. También Conrado Storani.

Tomamos sus presencias como una ratificación de su compromiso político. Hoy, a la distancia, se siente como si hubieran llegado para decirnos: sigan, que no estarán solos...

Y no estuvimos solos. Nos acompañó toda la vida. Tuvimos una muy especial relación. Siempre le dijimos lo que pensábamos. Siempre nos dijo lo que pensaba. No siempre coincidíamos.

Siempre nos respetó. Y siempre lo respetamos. Enfrentábamos el malevaje asesino de los militares, pero también a los ultras. Siempre decía: mientras haya una sola  posibilidad no violenta para recuperar a la democracia, ése debe ser el camino. Mentiría si dijera que no nos tentamos más de una vez. Era tanta la barbarie...

Después ganamos y vivimos una experiencia intransferible. Ser parte de un gobierno que iba a transformar la realidad. Los números dicen que no se logró. La historia dirá que Raúl Alfonsín sentó las bases de una democracia para todos los tiempos. Y todos  elevamos para siempre, con un profundo orgullo, ese especial sentimiento por haber participado y sentirse protagonistas...

Nunca nadie hizo más en defensa de los derechos humanos. No hay antecedentes. Y lo hizo cuando los que descolgaron cuadros se negaban a integrar la CONADEP... Y son tan infames que no lo recuerdan ni lo nombran el 24 de marzo... El orgullo de haberlo acompañado no se puede transferir.

Fue un símbolo de lo que significa el compromiso. A lo largo del tiempo se va aprendiendo lo que eso significa: un total desprendimiento, a veces hasta egoísta. Los políticos son, a veces, justamente criticados. Pero a la política la atacan porque constituye la actividad más sana y trascendente que puede realizar el ser humano. Los que la atacan saben que sólo con ella es posible la transformación. Y la critican porque son los que quieren que todo siga igual.

Hoy, cuando parece que la corrupción y la mentira han llegado para quedarse su  recuerdo tiene la coherencia de siempre: más libertad, más democracia, más justicia social.

Él hizo volver a muchos. Cuando ganó, se dieron cuenta que sus exilios habían  terminado.

Sabían que si hubieran ganado los otros, los peronistas, no hubiera habido juntas militares juzgadas.

Nos costó entenderlo cuando pactó. ¿Por qué lo hizo? Con una paciencia infinita, Alfonsín lo explicó una y otra vez, y encima lo dejó por escrito en un libro imprescindible para los jóvenes, que se llama “Memoria política”.

Alfonsín también transgredió. Transgredió mucho más de lo que muchos imaginan, en un momento en donde nadie transgredía nada.

La derecha lo odiaba. La Sociedad Rural le dio vuelta la cara en Palermo. La Iglesia Católica le hizo la vida imposible con la ley de divorcio.

Se jugó siempre. Tuvo claro que lo único que no era negociable era la democracia y la separación de poderes.

Pidió diálogo en todo momento, y a menudo no lo consiguió.

Raúl Alfonsín fue un imprescindible. Un hombre que por méritos propios, por tenacidad, por patriotismo y por nobleza, tenía la talla de un estadista.

A 72 horas de haber asumido la presidencia de la Nación, con las Fuerzas Armadas intactas, con los servicios de inteligencia intactos, con la estructura del genocidio en su lugar, firmó el decreto de enjuiciamiento a las juntas militares y a las cúpulas guerrilleras. El NUNCA MAS fue un ejemplo para el mundo, un caso sin precedentes.

No descolgó cuadros del Colegio Militar, no vociferó contra gente impotente, no cazó leones en el zoológico. Por eso, así lo trataron los carapintadas.

Éste es el Alfonsín que todos recordamos. El  que siempre recordaremos. Un hombre de una bondad infinita. Un hombre que refundó la esperanza.

El hombre que fundó la democracia argentina. El hombre al que no quisieron escuchar los actuales gobernantes, cada vez que les pidió que se bajaran de la soberbia y que aprendieran a dialogar.

Ojalá que alguna vez aprendan la lección. Y aprendan que un ESTADISTA es un hombre que dijo, hizo y dejó lo que dijo, hizo y dejó Raúl Alfonsín.

Un nombre que sabe a libertad.

Julio Fernández Cortés.


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