Martes 2 de Enero de 2018

Año Nuevo: reflexión del Obispo Diocesano

Celebrar el fin de año, es también una fiesta religiosa. Esto no solo por culminar la así llamada octava de navidad, y comenzar el primero de enero consagrando nuestro nuevo año a la Santísima Virgen, Madre de Dios, sino también porque la percepción del tiempo de la persona religiosa no es una vivencia monótona y homogénea sino una experiencia de lo temporal como historia de la salvación, única e irrepetible que nos ofrece Dios para nuestra redención.

Por ello, acercarnos al fin de año nos llama a hacer un balance del año que culmina. A veces, el cansancio puede llevarnos a no tener una perspectiva suficiente para hacer un examen objetivo sobre el mismo y podemos correr el peligro de juzgarlo todo desde los últimos acontecimientos vividos. Es por eso que es conveniente, detenernos un poco, hacer silencio en nuestro corazón y ante la presencia de Dios poder mirar el año transcurrido ante la mirada misericordiosa de Jesús.

1) En primer lugar agradecer. Ser agradecidos con el Señor por todos los beneficios que hemos recibido a lo largo de este año que termina. A veces, puede haber acontecimientos muy importantes como el nacimiento de un hijo, haber logrado un paso significativo en los proyectos personales o familiares: haberse recibido en los estudios, tener una nueva casa, haber obtenido un éxito importante en la vida profesional o de trabajo.

En otras ocasiones, se trata de dones que vivimos cotidianamente y que no valoramos suficientemente como: la salud, el amor de las personas que me rodean, los amigos y tantas otras realidades que tal vez nunca las logramos valorar suficientemente hasta que no las perdemos.

Por último, hay veces que hemos tenido hechos dolorosos como la pérdida de un ser querido, una enfermedad que irrumpe inesperadamente en nuestra vida, un fracaso o una pérdida grave en el trabajo, o tantos otros hechos dolorosos.

Como decía el Card. Newman: “todo lo que acontece es adorable”. En efecto, detrás de cada acontecimiento vivido está la mano providente de Dios, nuestro Padre, que todo lo ordena para el bien de sus hijos.
Tal es la omnipotencia de Dios que hasta el mayor mal, la muerte de su Hijo Jesucristo en la cruz, la vuelve el mayor bien: la redención de la humanidad toda.

2) Es tiempo también para rectificar el camino. Es una ocasión propicia para empezar de nuevo en todas aquellas cosas que no andan bien en nuestras vidas. Qué bueno es ver el próximo año como una verdadera oportunidad para volver a empezar. Se trata de procurar estar en un estado constante de conversión. Tener la humildad para reconocer nuestros errores, arrepentirnos de corazón, pedir perdón y tratar de cambiar. Debemos tener claro en que aspectos de nuestra vida debemos mejorar y ponernos objetivos claros para el nuevo año.

3) El comenzar un nuevo año es tiempo de esperanza. Es tiempo para proyectar y para soñar.

Sólo estaremos más viejos el próximo año si ya no tenemos expectativas y deseos de mejorar. En efecto, tal como decía Aristóteles la esperanza es la virtud propia de los jóvenes, sólo los viejos ya no miran más hacia delante. Por eso no importa la edad que tengamos, lo que importa para mantener la juventud espiritual es tener siempre vivo el deseo de ser mejores.

Que con esta disposición podamos acercarnos al fin de año y comenzar felices el nuevo año 2018 que Dios nos regala.

Ariel Torrado Mosconi, Obispo de Nueve de Julio.
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