Martes 4 de Abril de 2017

ENCUENTRO DE DIRECTIVOS DE COLEGIOS CATOLICOS

“Nuestra misión no es educar para el éxito sino educar para el amor y para la felicidad”

Con esas palabras dejó su mensaje principal el Obispo a los educadores de los colegios católicos de la diócesis, tras la reunión que se realizó el viernes en el Colegio Jesús Sacramentado de Nueve de Julio. Allí, Monseñor Torrado Mosconi, los exhortó a actuar como guías imprescindibles en en el discernimiento y en el acompañamiento de la vocación de los jóvenes, fuente genuina de felicidad.

Monseñor Ariel Torrado Mosconi presidió el viernes el encuentro de colegios católicos de toda la diócesis que se desarrolló en el salón de Usos Múltiples del Colegio Jesús Sacramentado de Nueve de Julio.

En un primer momento dio la bienvenida a los docentes y directivos cristianos procedentes tanto de los colegios diocesanos como de los congregacionales, mucho de ellos que tuvieron que viajar 300 kilómetros para responder a la convocatoria. Luego presentó  al Padre Diego Delgado, quién se desempeñará como delegado para la educación y que colaborará con la Junta Regional de Educación Católica diocesana (JUREC).

Posteriormente brindó su discurso de apertura en donde hizo especial hincapié en la importancia que tienen los educadores cristianos como guías en el acompañamiento de los jóvenes para el despertar de sus vocaciones.

“Cuando hablamos de vocación no nos referimos exclusivamente a la vocación religiosa” – aclaró el prelado- al manifestar que las distintas actividades humanas y profesiones, el llamado a formar una familia, la búsqueda del bien común a través de la participación en lo social y en la política son verdaderas vocaciones. Y prosiguió “Cualquier vocación consiste en un llamado más o menos directo de Dios que se debe descubrir progresivamente… Y todo camino vocacional es trabajoso y esforzado, no exento de duda, pruebas, marchas y contramarchas. Por eso reclama un autoconocimiento, discernimiento y acompañamiento”.

Monseñor Torrado Mosconi resaltó que la falta de vocación en las elecciones de vida de profesiones, oficios u ocupaciones “es uno de los dramas de nuestra cultura” y, por ende, es la “causa fundamental de frustraciones personales y de disfunciones sociales”. Justamente por eso “el descubrimiento de la vocación humana en la fe y el descubrimiento progresivo de una determinada vocación personal  es, indudablemente, un factor de integración, maduración y enriquecimiento de una personalidad”.

Subrayó que los colegios católicos deben educar para el amor y para la felicidad y no para el éxito. “Para los creyentes el llamado o vocación proviene de Dios y es, primeramente, un llamado a la vida, a la felicidad que se va concretando por muy diversos caminos que implican y conllevan otras vocaciones más específicas: a un oficio, profesión o servicio, a formar una familia, o la consagración religiosa o al sacerdocio o alguna forma de apostolado por ejemplo. Cada persona es única e irrepetible, es importante y tiene un gran valor para Dios y para toda la humanidad. Cada vida tiene un sentido y Dios tiene un sueño para cada uno de nosotros. Nuestra misión entonces como educadores es hacer descubrir a cada niño y joven que su vida vale y que está llamado al amor y a la felicidad”.

Por eso alentó a los presentes a “integrar una vez más fe y ciencia” que, “mutua y recíprocamente, elevan y enriquecen a las personas”. También los animó a trabajar en conjunto “a fin de sostener la labor docente y acompañar a las familias que tan a menudo, en estos tiempo de cambios, se debaten en el desconcierto y la confusión de no saber cómo afrontar los desafíos de un mundo en cambios vertiginosos, dónde lo que era seguro hasta hace algunos años ya no lo es”.

Por último recordó que muchas veces ideologías sesgadas expulsaron de la educación a Dios, a la mirada trascendente de la vida y a los valores espirituales.  Y que sólo a través de una cosmovisión creyente se puede recuperar la esperanza. “La concepción cristiana del mundo y un humanismo cristiano dan respuestas más que suficientes a los desafíos e interrogantes de la vida. Ahondar en las riquezas de la propia fe nos ayuda a encontrar luz y fuerza para la existencia”.
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