Sábado 28 de Noviembre de 2015
En la tarde de ayer, desde las 18 hs., conmemorando sus 16 años de servicio en la Diócesis de Nueve de Julio, y con motivo de acercarse el tiempo de culminar su misión como titular de la misma, Mons. Martín de Elizalde desarrolló una Misa de Acción de Gracias, de la que participó también Monseñor Ariel Torrado Mosconi, Obispo coadjutor, y sacerdotes de la diócesis.
HOMILÍA de MONS. MARTÍN de ELIZALDE
“Poco importa lo demás, mientras pueda cumplir mi carrera y realizar el servicio que me encomendó el Señor Jesús: dar testimonio del Evangelio de la gracia de Dios” (Hech 20, 24)
La liturgia de la Santa Misa nos conduce al misterio central de nuestra fe, la Redención obrada por Cristo en cumplimiento de la misión que le confiara el Padre de ser el rostro y el camino de la misericordia divina, y que el Espíritu Santo perpetúa en la vida de la Iglesia, “hasta que el Señor vuelva”. En esta celebración de gracias – toda Eucaristía lo es – queremos, como comunidad, expresar nuestra gratitud al Padre desde la fe recibida, con la esperanza cierta de la verdad de la promesa y deseando abrazar en el amor a todos los hombres, hijos de Dios, nuestros hermanos. No tenemos grandes hechos que mostrar como obras nuestras, sino la generosidad divina que mira a sus hijos y los asiste con la atención materna que la Iglesia, en su nombre, les prodiga. Acción de gracias a quien siguió manifestándose y hablando, enseñando y acompañando, sanando y alentando, y la humilde confianza de haber servido de instrumento para llevar el Evangelio a los hermanos y sostenerlos en la fidelidad del rebaño.
La lectura del Santo Evangelio que hemos proclamado nos sitúa en el centro mismo de la obra redentora: el sacrificio de Cristo, que el propio Señor llama su Pascua y que confía a los apóstoles, para hacer siempre su memoria.
La acción de gracias del pastor se eleva en primer lugar por el don inmenso de haber sido elegido para formar parte del Colegio de los sucesores de los apóstoles, y por eso ofrecer el sacrificio de Cristo y ordenar a los presbíteros que, colaboradores suyos como ministros de la Iglesia, hagan esto en memoria de Él y alimenten así la fe y la vida de los fieles.
Por la Eucaristía se realiza la comunión con Dios Uno y Trino y entre los bautizados, y se ofrece al mundo el mayor testimonio de unidad.
Es anticipo aquí en la tierra de la vida definitiva que esperamos, y cuyas delicias pregustamos como prenda de eternidad, sentido de nuestra peregrinación en este mundo, sostén y ayuda en el camino, riqueza inagotable. Este pueblo de Dios es nuestro pueblo, la Alianza Nueva, y está edificado sobre la fe, como misterio solemnísimamente proclamado, y que reclama nuestra continua, incesante acción de gracias, y es el momento central de nuestra misión pastoral, por el cual ayudamos a los hermanos a llegar al cumplimiento de su vocación.
Si el pasaje evangélico nos remite a la fe de la Iglesia, la segunda lectura, tomada de la carta a los Hebreos, nos invita a la esperanza: “Mantengamos firmemente la confesión de nuestra esperanza, porque Aquél que ha hecho la promesa es fiel”.
La peregrinación es tiempo de pruebas, y la solicitud del pastor no puede decaer, ya que la sostiene la certeza de la alianza misericordiosa, con la ley grabada en los corazones y el perdón que permite dejar atrás los pecados. Esperanza de una renovación del corazón, que es don de Dios, y de un coraje que no sabríamos conseguir por nuestros propios medios, y que nos da la “plena seguridad” del acceso al santuario por la sangre de Jesús, el Sumo Sacerdote, a quien especialmente honramos en esta celebración.
La profecía de Isaías, la primera lectura, nos presenta la caridad de quien es enviado por Dios: “para que sepa reconfortar al fatigado”, sin rehuir el esfuerzo y la adversidad, con la confianza que no seremos defraudados. Y es esta certeza la que nosotros, los pastores, debemos trasmitir a los cristianos, y cada bautizado vivirlo y dar testimonio de ello en un mundo dividido y angustiado, haciendo el bien y resistiendo al mal con la ayuda del Señor. Es esta la verdadera caridad pastoral, que vuelca en los hermanos toda la riqueza de la misión recibida, íntegramente, y lo hace con pureza y autenticidad.
Los motivos de agradecimiento son muchos, pero sobre todo grandes. A Dios en primer lugar, que me confió esta querida Iglesia de Santo Domingo en Nueve de Julio, y sin percatarme yo, con la tradición benedictina y la disciplina cenobítica me preparó para ser padre y hermano, y que con la vivencia serena de la liturgia atrajo siempre mi corazón hacia la centralidad del misterio, al que el obispo, liturgo principal de su Iglesia, debe atender, para manifestar los tesoros que vienen de Dios y obtener los recursos espirituales de su ministerio.
Agradezco al papa san Juan Pablo II que me puso en esta impensada misión, y a su sucesor, Benito XVI: su magisterio y cercana solicitud fueron siempre guía y apoyo en el servicio episcopal.
El papa Francisco recibió mi pedido de un obispo coadjutor con atención y solícitamente proveyó en Monseñor Ariel a darme la ayuda que pedía y a la diócesis el futuro titular de Nueve de Julio. A los hermanos obispos, que me acogieron en la Conferencia Episcopal Argentina, también les agradezco su cercanía y confianza, y quiero mencionar especialmente al arzobispo Carlos Galán, hijo de esta comunidad, quien me confirió el episcopado. Ordenado sacerdote por el después cardenal Antonio Quarracino, que fue el segundo obispo de Nueve de Julio, conservo un imborrable recuerdo de su afectuosa paternidad y de la amistad con que me honró hasta su muerte.
La figura espiritual del cardenal Eduardo Pironio, nacido aquí, es una referencia que enriquece la historia de esta comunidad y es un signo de los dones con que Dios la ha distinguido.
Encontré en la diócesis una familia, con sacerdotes abnegados, solícitos pastoralmente por su gente, con sentido de comunión eclesial y capaces de fraternidad, que hicieron que estos años de servicio fueran verdaderamente una experiencia enriquecedora.
Los consagrados, tanto religiosos como los miembros de los institutos seculares, siempre han sido un testimonio fuerte, coherente, constante, del Evangelio entre nosotros, ¿Cómo no mencionar a los monjes de Los Toldos y a nuestras queridas monjas carmelitas?
En todas las comunidades, la presencia y la actividad de los laicos es importantísima; sin ellos, el trabajo pastoral de la Iglesia estaría incompleto, y sin embargo, es mucho lo que hay que hacer todavía en este campo.
En las áreas pastorales se hacen constantemente progresos, pienso en la catequesis, la educación, los jóvenes, las familias, la caridad, los enfermos, los scouts, la promoción vocacional, la difusión por los medios. Y la actividad cotidiana en las parroquias, a veces inadvertida, con la atención a quienes se acercan espontáneamente pero más aún, Dios lo quiera, con la búsqueda afectuosa, solícita, sacrificada, de quienes no pueden venir por sí mismos o no saben cómo hacerlo.
Y todo esto, en el contexto de la sociedad, por la cual la Iglesia tiene una especial preocupación, confiada a los laicos para que en ella se hagan presentes con su testimonio y su aporte. Agradezco en fin a las autoridades civiles, siempre dispuestas a colaborar en las iniciativas que pudieran ontribuir al mejoramiento integral de las condiciones de vida de los ciudadanos de estos distritos.
Concluyo con un pedido de perdón por las innumerables faltas cometidas y las carencias mostradas en el cumplimiento de la misión recibida, seguro que la caridad de ustedes y la oración fraterna obtendrán para mí la misericordia que Dios generosamente nos ofrece, y que en el Año Jubilar que pronto comenzaremos tendremos la oportunidad de apreciar y alcanzar.
Que la intercesión de la Virgen Santísima, Nuestra Señora de Fátima, y santo Domingo, nuestros patronos, nos conceda frutos abundantes de conversión y una acción evangelizadora eficaz para dar a conocer a Cristo a los hermanos. A Dios nuestro Padre, por Jesucristo su Hijo, en el Espíritu Santo, pido que a todos ustedes bendiga con generosidad.