Martes 20 de Enero de 2015

El contacto corporal en el acompañamiento terapéutico

Si bien nos comunicamos todo el tiempo y a menudo sin hablar, probablemente la comunicación no verbal sea responsable de más de lo que sucede entre los seres humanos que el hablar mismo.

“El cuerpo no miente”, dice un viejo proverbio y con razón. Precisamente porque representa un código de comunicación privilegiado, el “lenguaje del cuerpo” resulta más revelador que el verbal. Esta concepción se agiganta en el caso de los enfermos mentales, ya que muchos han perdido una parte de la gama total de las expresiones emocionales humanas. Los síntomas descriptos con palabras por el sujeto perturbado se complementan con sus aspectos no verbales y con el “lenguaje de los hechos”.

Sin embargo, decimos que el lenguaje del cuerpo no engaña, pero sólo si el observador sabe leerlo y descifrar sus mensajes. ¿De qué manera? Interactuando y sintiendo cómo siente la otra persona, aunque no lo que siente, porque las emociones son algo privado y subjetivo. Así, esto constituye un proceso empático que permite descifrar los estados emocionales del otro y reaccionar frente a ellos en el intercambio afectivo. Por lo tanto, para leer el lenguaje corporal se necesita estar en contacto con el propio cuerpo y ser sensible a su expresión.

Justamente, el acompañante terapéutico es un agente de salud entrenado para realizar básicamente una tarea de contención a pacientes crónicos y agudos; en un nivel vivencial, no interpretativo, y para el cual debe poner el cuerpo y constituir una presencia receptiva, cálida y confiable. Trabaja insertado en un equipo terapéutico interdisciplinario siguiendo las consignas del terapeuta de cabecera. Este enfoque de mínima distancia y gran disponibilidad afectiva favorece una mayor eficiencia terapéutica.

Pero, el saber cuándo y cómo realizar ese contacto corporal, respetando los tiempos del paciente, su espacio corporal, sus ritmos, la distancia óptima, sus tiempos y el acercamiento apropiados, sin dejar de tener en cuenta el cuadro psicopatológico y el momento en el que se encuentra el enfermo, serán cruciales para que el acompañamiento resulte efectivamente terapéutico.

Al conocer al paciente que deberá ser acompañado terapéuticamente, las primeras impresiones que se registran son reacciones corporales que se tiende a pasar por alto con el tiempo al concentrarse en sus palabras y acciones, sin embargo revisten el valor de lo auténtico y genuino. A pesar de todo, el saludo inicial deja sus huellas. A su vez, el habla es algo más que palabras y frases, ya que comprende la inflexión de la voz, el ritmo y el gesto, el cual añade riqueza al lenguaje y a la expresión. Incluso el silencio también dice cosas sobre esa persona.

Los ojos tienen una doble función: son un órgano de visión, pero también de contacto. Precisamente el contacto ocular es una de las formas más íntimas que pueden establecerse de contacto entre dos personas, y las miradas suelen resultar más poderosas que las palabras. Cuando se encuentran las miradas hay una sensación de contacto físico entre ellas. Su cualidad y valor depende de la expresión de los ojos.

Puede ser tan dura y fuerte como una bofetada o tan dulce como una caricia. Mucha gente evita todo contacto ocular porque tiene miedo de que sus ojos puedan ser reveladores. Y otros se turban al permitir que otra persona escudriñe en sus sentimientos.

Es por eso que se debe ser cuidadoso de no clavar los ojos cierto tiempo en la persona enferma, ya que puede evitar o desalentar el contacto con ella. Cuando un paciente se aísla, sus ojos no miran ni se interesan por el mundo que lo rodea.

Lo ven, pero sin excitación ni sentimiento alguno, percibiéndose inmediatamente la falta de contacto. El procurar establecer contacto ocular con él constantemente, comenzando por una mirada breve y receptiva, desviando después la vista, ayuda a averiguar lo que está pasando por él de momento a momento, y a su vez le proporciona la seguridad de que se está a su lado.

Por último, el abrazo es la forma de contacto humano que contiene más al otro y produce alivio al compartir. Abrazar es una respuesta natural para demostrar distintos sentimientos. A veces para calmar miedos, angustias, dar seguridad y protección.

El acompañante terapéutico tenderá a regularle al paciente los intercambios afectivos en una forma más adecuada, a través de un “vínculo” diferente a los que tuvo anteriormente, con la intención de mejorar las relaciones del paciente y ayudarlo a reformular el desarrollo de una personalidad más armónica con su medio.

De todo lo dicho hasta aquí se desprende lo comprometido de la tarea de ser acompañante terapéutico. Cuando se toca corporalmente a otro con fines terapéuticos, se levantan emociones, se crean compromisos, se requiere presencia e inclusión en ese vínculo, entrega, respeto y consideración por el otro, como alguien valioso a quien se intenta comprender y ayudar.

“JUNTOS A LA PAR”

Asociación civil de acompañamiento terapéutico nuevejuliense

Contactos: Tel: 2317-15-402050 - Mail: [email protected] - Facebook: juntos a la par.
 


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