Martes 21 de Enero de 2020

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Mitre, en la arena de la historia

Hace 114 pasó a la inmortalidad Bartolomé Mitre, forjador de la Nación Argentina que como ella tuvo que sobreponerse al caos para lograr el progreso. Hijo de Mayo, exiliado, revolucionario, Presidente de la Nación unificada y propulsor del desarrollo sostenido.

Siempre recuerdo una de sus elocuentes frases, que dejó una marca en la memoria de sus seguidores: “Odio a Rosas no sólo porque ha sido el verdugo de los argentinos, sino porque a causa de él he tenido que vestir las armas, correr los campos, hacerme político y lanzarme a la carrera tempestuosa de las revoluciones sin poder seguir mi vocación literaria.” Mitre, como tantos otros grandes hombres, abandonó sus aspiraciones y su comodidad, para meterse en la trinchera del combate y “embarrarse” en la política, donde incluso, los mejores, se han ganado odios y enemigos.

Merece lo que alguna vez bien dijo Theodore Roosevelt: “el reconocimiento pertenece al hombre que está en la arena, con el rostro desfigurado por el polvo y el sudor y la sangre”

Ahora bien, es importante reflexionar sobre aquel “odio” a Rosas. Odio que no era personal por supuesto. Por esos días, Juan Manuel, representaba la imagen del déspota que gobernaba con la suma del poder público, persiguiendo a muerte a sus opositores, el obstáculo que mantenía a cientos en el exilio e impedía sancionar una Constitución. Décadas antes, una anécdota muy curiosa narra como Rosas le salvó la vida a un pequeño Bartolomé que estaba cerca de perecer ahogado. Paradojas de la historia.

Así, tenemos a un porteño que atravesó toda su juventud en el exilio de Montevideo, y que después de varios años continuó su peripecia por Bolivia, Perú y Chile. Con el triunfo en Caseros, regresó a Buenos Aires junto a Sarmiento, con quien tuvo una larga y sinuosa amistad. Cuenta la leyenda que al exiliarse nuevamente, el padre del aula le espetó proféticamente: “Mitre, será Ud. el primer presidente de la República; pero acuérdese que me reservo la segunda presidencia”.

Para entonces Mitre tenía 30 años y prácticamente no tenía recuerdos de la gran Ciudad. Tal vez por eso, amó siempre con locura a Buenos Aires, pero sobre todas las cosas amó a la Argentina y luchó por su unidad hasta lograrla. En esos años de revoluciones y luchas, por la primacía porteña sobre todo, Mitre siempre tuvo un claro horizonte, nada por encima y nada más importante que la Nación.

Seguramente las influencias de la doctrina de Mazzini, comulgada por el héroe italiano Giuseppe Garibaldi, con quien compartió luchas y batallas durante el largo sitio de Montevideo, fue decisiva para que esos principios se aferren a su ideal. Por esa época los italianos también luchaban por la unión de su patria.

Logrado con creces el cometido de una Nación unida y fuerte con su Presidencia histórica, el porvenir depararía un exponencial crecimiento social y económico con un desarrollo sin antecedentes. En un país que contaba con apenas 60 años de vida y donde las revueltas habían sido siempre la norma, las bases sentadas durante la Presidencia de Mitre supusieron una continuidad de respeto institucional de más de 6 décadas sin interrupción.

Al dejar la Primera Magistratura, Mitre no se quedó quieto: Fue senador, poeta, historiador, traductor, revolucionario, diplomático y fundó el diario La Nación. Además, al no terminar de superar las divisiones, se abstuvo de ser candidato a Presidente, prescindiendo de un triunfo seguro.

Fue un hombre tan versátil y con tantos intereses y actividades desplegadas, que es imposible catalogarlo en una única posición o profesión. Justamente esa variedad tan vasta lo hace tan atractivo. Hubo muchos hombres de su época que fueron estadistas y escritores. Muchos que fueron destacados políticos, periodistas o archivistas; diplomáticos que fueron además militares de acción; soldados que se transformaron en generales exitosos; historiadores que fueron traductores de clásicos; poetas que escribieron novelas; pero es difícil encontrar otra personalidad argentina que haya desarrollado todas esas actividades a la vez, como lo hizo Bartolomé Mitre.

Recordar los grandes hechos de nuestra historia, tener presente a los hombres que la forjaron, no solamente sirve para evitar repetir errores del pasado, también nos nutren de inspiración con su entrega y dedicación que utilizaron para sobreponerse a los fracasos y para ser visionarios en sembrar semillas que aun hoy cosechamos. Inspirarse en el pasado, no ya para repetir las acciones que ellos llevaron adelante, sino para intentar hacer lo que ellos hoy harían. Esa es una de las principales herramientas que nos brindan con su historia que a veces se parece demasiado al presente.

Mitre tuvo logros extraordinarios y también grandes fracasos, entre ellos se destacan su especial influencia en conformar una Nación unida y con instituciones fuertes, brillantes triunfos militares, pero también derrotas y decisiones desacertadas; y hasta un intento infructuoso de elecciones libres casi 50 años antes de la ley Sáenz Peña.

Pero como dijo Roosevelt en ese gran discurso que encaja tan perfectamente en Mitre “si fracasa, al menos fracasa atreviéndose en grande, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni la derrota”.

Paolo Barbieri.
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