Jueves 11 de May de 2017

OBITUARIO

Buen viaje Cabezón

  • Guillermo Blanco

Jorge, te recuerdo repartiendo limones con los Cebollitas. O riendo con Diego cuando el rey Juan Carlos les contó aquella anécdota sobre las minas.

Por Guillermo Blanco.

A ese Diego que vive adentro del que se ve en la periferia le tiene que estar doliendo. Un cimbronazo en el corazón debió sentir al saber que el Cabezón, tan acostumbrado en mirar hacia arriba para buscar nuevos desafíos, esta vez, acaso cerrando los ojos, enfiló hacia abajo. Alguna vez, Jorge Horacio Cyterszpiler, que acabó con su vida ayer al tirarse al vacío en el hotel Faena, fue el otro yo de Maradona. Y, según Doña Tota, la madre de quien fuera su primer representado, “el mejor amigo que tuvo Diego”. Esa expresión, la de “mejor amigo de Diego”, quedó grabada en un video que Jorge pasó a sus invitados en un gran festejo que hizo en la disco New York City. Por entonces, fines de los años 80, el crack ya trabajaba con Guillermo Coppola, alejado de aquella infancia y adolescencia prematuras que lo colocaron en un mundo del que ya no podría salir. Como con muchas otras cosas, Diego cíclicamente le demostraba que aún lo quería.

La relación había pasado por varias etapas. Después de Barcelona -donde Diego, para desesperación de Jorge, conoció las drogas-, pasaron una primera temporada en Nápoles llena de sueños. Además de Jorge, a Diego lo acompañaron el profesor Fernando Signorini y yo, que por entonces le manejaba la prensa y comunicación. Paradojas de la vida, Diego y Jorge se conocieron a comienzos de los ‘70, cuando Jorge atravesaba un proceso depresivo por la muerte de su hermano Juan, un prometedor juvenil de Argentinos a quien un cáncer mandó a la tumba. Para motivarlo, unos amigos de la calle San Blas lo convencieron para que fuera a ver a unos chicos de las inferiores que se las traían, el legendario equipo en el que estaban Diego, Goyo Carrizo, Pólvora Delgado, Veneno Dalla Buona, Sanfi Lucero, Ropero Sánchez, Pingüino Chammah,  Pando Trotta, entre otros. Acaso en ese equipo, incluso, pudo haber estado él, de no haber sido por esa polio que lo atacó al año y medio y le dejó la pierna derecha maltrecha para siempre.

Jorge se enamoró de aquel grupo al que Francis Cornejo bautizó como Cebollitas, y al que acompañó a todos lados, como cuando consiguió el título de campeón de novena de la AFA o se consagró afuera. Para entonces, Diego (Pelusa para sus amigos) ya disfrutaba de las milanesas que le hacía Toncha, la mamá polaca de Jorge. Nacía un vínculo que duraría años.

Jorge “debutó” como representante en Venezuela, cuando Maradona disputó un torneo Juvenil, a los meses de debutar en Primera. Para ir, Jorge se las rebuscó llevando unos cueros y botines para vender y costearse el viaje.

Fue el punto de despegue de una relación que duró hasta mediados de 1985. Ambos crecieron, rieron y lloraron juntos. Y trabajaron. Mientras Diego hacía maravillas en la cancha, Jorge fundaba Maradona Producciones, un emprendimiento que en Europa tuvo otros nombres más universales, como The first champions productions. Recuerdo cuando llegamos a Costa de Marfil, en 1981, para una gira de Boca por Africa. Cuando bajamos del avión un montón de chicos marfileños tenían remeras con la imagen de Diego en el pecho. Jorge se había encargado de hacerlo.

Juntos fueron a conquistar Europa pero llegaron a un lugar complicado. El mundo catalán los zamarreó. Una hepatitis y una lesión -luego de una tremenda patada del vasco Goycoechea- fueron desgastando la relación con la ciudad.  Acaso esto fue el comienzo del fin del vínculo entre ellos. Desde entonces Jorge vio como salida la venta al Nápoli, Diego dio su aval, pero en la intimidad de ambos quedaron números irresueltos. Y aunque por lo que uno percibía la buena fe nunca estuvo en juicio, Diego ya mostraba una inclinación -que sería reiterativa en el tiempo- a desconfiar de su alrededor más íntimo.

Jorge seguiría su camino, como en el juego de la Oca, volviendo a la salida después del veredicto de los dados. Y un empujón de Julio Grondona, quien le dio la organización de una gira de la selección previa al mundial 86, y la determinante confianza de Miguel Angel Brindisi eligiéndolo como su representante, lo ayudaron a despegar.
Ahí empezó un desafío del cual salió airoso. Cantidad y calidad de jugadores, empresa próspera, respeto universal, contactos y llamados para negocios, mientras en la vida privada se iban sucediendo buenas y malas. Pasaron los años. Se agrandaron los afectos y los negocios. Pero algo seguía roto. Llegó un momento que no pudo más, como si todas las angustias juntas le hicieran un piquete imposible de sortear. El alerta de un psicólogo a varios amigos que lo consultaron tampoco resultó la solución. La depresión terminó con un salto al vacío, muy distinto aquellos que hacía atajando en el papy de La Paternal, hace más de treinta años, con Diego de compañero. Ese Maradona, el que todavía guarda la gracia del Cebollita, es probable que lo esté llorando, acaso sin que se advierta. Hay otros, claro, que no tienen o no saben esconder las lágrimas. Tu hermano y tus hijos tendrán un momento de reflexión para ratificar todo lo que hiciste en vida. Ellos y tu fiel amigo Nando. Dejame que te llore, Cabezón. Que te recuerde repartiendo limones con el botiquín de los Cebollitas. O que me acuerde tu risa de esa noche, cuando el rey de España les contaba a vos y a Diego cómo hacía para escaparse por las noches del palacio real camuflado en una moto para ver minas.

Buen viaje.    
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