Viernes 11 de Marzo de 2016

Hasta siempre, Roberto

Por Guillermo Blanco.

-Pará, Andres, pará, no te apurés…”, le grita Roberto a Carnevali  mientras el arquero corre para sacar, durante el partido de Argentina ante Holanda en el Mundial ´74, que terminara 4-0 a favor del equipo de Cruyff.

-¡¡Qué pará, no ves que vamos perdiendo dos a cero!!!”, contesta el rosarino.

-Por eso, pará, pará, que nos van a hacer veinte…

Realista, con una presencia envidiable en el área, ordenador y tiempista. Y con una inteligencia superior a la media en el mundo del fútbol. Eso fue Roberto Alfredo Perfumo, el pibe de Sarandí  nacido el 3 de octubre del ´42 que un día fue a River y el Gordo Díaz le aconsejó sin demasiada visión que se dicara al oficio que tenía entonces, el de tornero,  y así fue como  recaló cerca de su casa, en Racing, donde lo cobijó de entrada la mano cálida de Ernesto Duchini. Ahí germinó una carrera que lo llevaría a ser campeón intercontinental con el Equipo de José después de que Juan José Pizzutti  lo pusiera a él de dos y a Alfio Basile de seis; a ser referente de la Argentina  que quedó afuera del mundial de México 70 tras perder con el Perú de “Cachito” Ramírez; protagonista desde el ´71 hasta el ´74 del Cruzeiro, para volver y vengar a la historia de River que fue campeón en el ´75, tras 18 temporadas de sequía.

Roberto a secas. Eso era el Mariscal, desde que José María Muñoz lo bautizara así durante el reinado del  Racing de José, en el ´66. Epocas de jugadores con aires de malevos y tapones a los vientos, y sin demasiada preocupación por la técnica, suplida por esa fuerza y torbellino que el fútbol había elegido después del fracaso de Suecia en el ´58.

Gran amigo de Ermindo, vacacionaban juntos en el 12 marplatense de Punta Mogotes. Se encuentran el primer día de playa con sus familias, dialogan en sus reposeras y Roberto se asombra: “Ermindo, qué te pasó en la pierna”, mirándole un tajo considerable. “Y vos me lo preguntás…”. Le responde caliente Onega, con la jugada aún presente de cuando Perfumo había salido a marcarlos unos días antes…

Se alejó del fútbol una década, después de una olvidable experiencia en Sarmiento de Junín,  y desde el 82durante una década se dedicó al rubro  textil junto a su esposa, vendiendo camperas. Hasta que regresó dirigiendo a Olimpia de Paraguay y concluir como técnico en Gimnasia después de pasar por su Rácing.

Un breve tiempo como secretario de Deporte le sirvió para ratificar que esa actividad  no era para él, hasta que tras alguna puteada que retumbó en las oficinas del CENARD simbolizaron el fin tras una discusión con Alberto Fernández, el entonces plenipotenciario jefe de gabinete de Ministros y mano derecha del presidente Néstor Kirchner.

Sus estudios de psicología social en la escuela de Pichon Riviere le sirvieron para crecer en el aspecto intelectual, y contribuyó (mientras aprendía él también como autodidacta) a que muchísimos pibes de Deportea se nutrieran de su experiencia en el inicio del camino para ser  periodistas deportivos. Durante años, Roberto abrió  las conferencias anuales con los flamantes estudiantes, a los que hacía pensar.  Más de 5.000 jóvenes de entonces recordarán todo esto. Y entre tantos temas, cuando afirmó que la mejor dupla que formó no fue con Daniel Passarella en River sino con el tucumano Rafael Albretch en la selección.

En los cafés previos, bien temprano de mañana, solíamos debatir y él afirmaba que teniendo en cuenta lo que se corría en el fútbol, habría que jugar con diez.

No se sabía si lo decía producto de ese olfato sicológico con el fin de dejar discusiones abiertas, o si lo pensaba realmente, porque después no fue un asiduo defensor de esa idea, que quedó a un costado de de los temas de actualidad. También le gustaba salir al interior, y así lo acompañamos a 9 de Julio, donde tenía parientes, pero con la idea de ver fútbol y hablar de fútbol, por lo que fue recibido por la comunidad racinguista.

Y finalizó siendo un referente en el tema del comentario futbolístico, en su aterrizaje en la televisión y en la radio, donde compartió su experiencia hasta el último momento. Si hasta cuando en la madrugada se levantó de la mesa para encarar la escalera de mármol, el tema entre amigos era obviamente el fútbol. Qué fantasma lo habrá cazado desde atrás como para hacerlo caer tan mal, como nunca le había ocurrido cuando jugaba, cuando Muñoz le decía Mariscal  y él allá abajo anticipaba y salía con el ceño fruncido que no condecía con esa cara de niño eterno que acaba de dejar de serlo.


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