Miércoles 17 de Diciembre de 2014
Por Guillermo Blanco.
Gloriana Tejada, Guillermo Blanco y Dorita, la cumpleañera.
Dora Gianonni con la hija de Tejada Gómez y el hijo de Hamlet Lima Quintana.
Este centro cultural popular porteño donde estamos festejando un nuevo año de Dora Giannoni de pronto se transforma en un banco imaginario de la Plaza Belgrano, allí donde un día del 73 el legendario poeta Armando Tejada Gómez llegó acompañado de su colega Hamlet Lima Quintana para pedir la mano de ese pimpollo nuevejuliense del cual había quedado prendado poco tiempo atrás en su Mendoza natal.
Y aquella vez, Tejada Gómez vio los árboles frondosos que ya no están, y dejó unos versos en honor a esos tilos inolvidables que aún siguen revoloteando en el corazón colectivo aunque el hacha del hombre los venciera como a caballo quebrado.
Dora se abraza con Gloriana Tejada, hija de Armando, y con Juan Martín, retoño varón de Hamlet.
Para los pibes nuevos, Tejada y Hamlet forman parte de lo mejor de la prosa y versos, cultura hecha canción, del folklore nacional argentino.
Y están allí, como reviviendo aquella anécdota del año 73, cuando don Tilo (casualidad el apodo…) Giannoni aceptó el pedido del ilustre mendocino de Guaymallén y dejó que se le llevara a una de sus hijas.
Y Dora voló, y compartió días y noches con su amor, y hasta escribió sus propios libros, siempre con 9 de Julio en su pensamiento, como nos ocurre a algunos más.
Han llegado al festejo varios amigos, entre ellos Chacho Echenique, integrante del incomparable Dúo Salteño, quien está editando un trabajo como solista, varios amigos nuevejulienses más, como la maestra Ester García, y el profe linqueño Fernando Signorini también comparten esta mesa musical a la que Dora y su gente le ponen la nota.
La de “La Plaza de los tilos” fue una anécdota más que ya forma parte de la historia nuevejuliense.
Se puede ver en google, de la mano de su autor. Y tuvo un momento de recuerdo en este centro cultural del barrio de Coghlan, donde nuestro 9 de Julio plantó un tilo simbólico al que Tejada Gómez parece reescribir.
Es lo que uno imagina mientras los ojos de Dorita aflojan al entonar esa inmortal “Canción con todos” de su marido, con quien tanto bregó por liberar la esperanza con un grito en la voz.