Miércoles 15 de Enero de 2014
El domingo 12 se cumplieron 63 años del récord argentino de permanencia en bicicleta del nuevejuliense José Santos Alegre.
Por GUILLERMO BLANCO
El olvido suele ser cruel, pero la recompensa aparece cuando entre los restos del tsunami informativo aparece una luz que resucita ramas de la historia. Como ésta, que nos muestra al octogenario nuevejuliense José Santos Alegre semidormido, casi cuatro días pedaleando sobre su bicicleta para lograr el record argentino de permanencia, aquel 12 de enero del 51. A la vera es alentado por Navarreto, su masajista que además era encargado de las tiendas Galver. De a ratos es controlado por el doctor Maldonado y por el entrenador Salvador Raggio, quienes le ordenarán que se baje ni bien logrado el objetivo, 85 horas y 45 minutos. Cuando se produjo una lluvia intensa no paró, siguió adentro del gimnasio de Agustín Alvarez. Solo podía desmontar para hacer sus necesidades cada tres horas y media. Y con esa marca de casi 90 horas destronó a un formoseño que se había clavado en las 85. Todo había ocurrido entre las 20 del lunes 8 de enero hasta la tarde del viernes 12. Hace apenas 63 años, muchos para la vida de un hombre, no tanto para la historia de un pueblo.
Pero no sería el último escalón deportivo en la vida de don José, quien al año siguiente superaría su propio record al obtener el sudamericano, mientras cumplía con el servicio militar obligatorio en Mercedes y donde hasta le habían insinuado que no le darían la baja hasta que no tratara obtener el resultado. Había un oficial de apellido Flores, también nuevejuliense, que había alcahueteado al superior del regimiento de las virtudes de Alegre. Y de no haber sido por eso, tal vez hoy no se podría estar leyendo esta evocación. Lo cierto es que el singular conscripto, después de practicar entre sus tareas de imaginaria y de cocinero de suboficiales, fue redondeando una forma física adecuada. Horas y horas tratando de no dormirse, con leche y glucolín, volvieron a ser el prolegómeno del éxito. El de una vida sana, anterior y posterior, “fue el no haber tomado alcohol ni fumado”, remarcó siempre este hombre nacido en noviembre del 30.
En aquellos tiempos se tornaban populares este tipo de eventos, y estos pagos no eran la excepción. Como una liturgia peronista de propender a exaltar lo físico, lo muscular, lo épico, se iban sucediendo en el suelo argentino este tipo de actividades. Y Alegre resumió todo con su último suspiro antes de que, como ocurriera en la Plaza Belgrano un año atrás, se le ordenara terminar, una vez obtenido el logro mayor: 106 horas. “Recuerdo que le pedí a un teniente que cada mañana venía a verme cómo seguía, que me cambiara la música de la banda militar por un disco de Gardel...”, evocó después, cuando aún se lo recordaba en los medios locales y antes de que el record sudamericano fuese superado por el boliviano Nino de Guzmán, con 120 horas, y el mundial por Lorenzo Prieto, primer paraguayo en entrar en el Guinnes, el 2 de abril de 1965, cuando obtuvo el record mundial con 178 horas.
La llegada a la estación en el tren diesel procedente de Mercedes fue como debía ser: mucha gente para recibir a este héroe local que era federado en segunda categoría , sus amigos Marcelo, el “Colorado” Picotto, sus hermanos Ruben y Osvaldo, tal vez el bicicletero Moretti, que le había vendido una Roma Sport que José chocó durante una Doble Bragado, la gente que por la misma Vedia solía verlo entrenarse (como alguna vez ocurriera con el Ford rojo 32 de Luis Bonello manejado por el ilustre Froilán González saliendo desde el taller de Enible Cavalli...).
Y allí iba saludando José Santos Alegre, muy cansado pero feliz, frenando en la “Publicidad Splendid” para la entrevista de rigor. Después el intendente Mario Castro y el instructor Angel Buldain le obsequiarían una malla con los colores argentinos y la rutinaria inscripción Peron-Evita. Y El Orden le haría una nota amplia, como El 9 de Julio, que poco tiempo antes había sufrido una clausura por haber publicado una nota del radical Ricardo Balbín, por entonces mala palabra para el oficialismo. Por suerte el deporte profundo continuaba su camino juntando y no separando, como lo hizo este hombre que terminó trabajando por las noches en un taxi, a veces trayendo desde la terminal de trenes a viajeros que no tenían idea de quién era el conductor. Cómo explicarles que esa avenida principal supo llenarse de gente para adherirse a su hazaña.