Martes 19 de May de 2015

Horacio Guarany y la parábola de la vida

  • Guillermo Blanco

Los 90 tan bien cumplidos por el “Potro” del folklore. De aquella foto a comienzos de los ´60 a este encuentro más de 40 años después…

Por el traje, el bigote y la formalidad mañanera, la foto del cuadro debe ser de 1965 ó 1966. No más.

Margasín Hogar era el paso obligado de Horacio Guarany a la mañana siguiente  de una actuación en 9 de Julio la noche anterior. Nuestros ojos asombrados lo aguardaban desde una hora antes hasta que apareció él, y al salir le pedimos la foto que pasó a formar parte de nuestros orgullos musicales más profundos.

Había estado en La Calandria, junto al payador el Indio Bares, en el boliche de la calle La Rioja, donde reinaba la tierra y el vino. Y uno, calladito, recién aprendiendo los tonos básicos de la guitarra, cerca del Viejo, y también de quien cantaba El Orejano, Guitarrero, de Si se calla el cantor, Pescador y guitarrero y Guitarra de medianoche, entre otros tantos temas que quedaron para siempre incrustados en el alma.

El tiempo, que templa cualquier guitarra arisca, nos volvió a encontrar dos veces más.

Ambas, más de cuatro décadas después. Una en su propia casa, cuando por un gesto del Chaqueño Palavecino, fuimos con él a su Plumas Verdes de Luján, aprovechando que el cantor salteño fue a actuar delante de la Basílica.

En su hogar, Guarany no pudo frenar una lágrima cuando el Chaqueño le hizo escuchar Regalito, una de las canciones incluidas en el CD El gusto es mío (al que tuve el honor de ponerle ese nombre).

Horacio recordó su infancia, cuando comenzaba a escribir y firmada con su verdadero nombre y apellido, Heráclito Rodríguez. Nos aclaró que su madre no fue quien lo crió, e hizo referencia a luces rojas por doquier en aquellos años fundacionales de su vida. Hasta que aflojó.

Con Fernando Isa, entonces representante de Palavecino, tratamos de cortar el momento de llantos, elogiando unos cuchillos que  decoraban la mesa, y enseguida llegó la despedida.

El encuentro siguiente fue en el restaurant Chiquilín, en la esquina porteña de Sarmiento y Montevideo. “Vamos a hablarle al Chaqueño que hace mucho no vemos”, nos dijimos con el amigo Fernando Signorini.

Lo curioso es que creíamos que andaba por Salta, cuando el hombre nos contestó a una cuadra. Nosotros tomábamos un café en el bar Ramos, de Corrientes y Montevideo. Nos dijo que estaban almorzando con Guarany, a mí se me ocurrió ir a buscar el cuadro que colgaba en mi oficina a media cuadra del lugar, y así caímos ahí con un tema para recordar.

Posamos con el cuadro de unos 25 años antes en la mano con mi sonrisa a flor de piel, orgullo mediante, y para todos no dejó de ser una anécdota curiosa. Recuerdo que tomé el celular, lo previne de que lo haría hablar con mi padre convaleciente, y cartón lleno. “Cómo te vas a dar por vencido, Viejo, si yo que ya pasé los ochenta ando como un pibe. Me meo, me cago... ja ja...”, le tiró como sabiendo las necesidades anímicas de mi padre. Y tras el saludo quedó la posibilidad de llevarle a su Plumas Verdes algunos jugadores de Boca.

Tanto fue su interés en el tema, que estando en Deportea un día me dicen “te llama Horacio Guarany” y yo, creyendo que era un chiste atendí, esperando la cargada. Pero era nomás.

Invitaba a los mellizos Barros Schellotto, a Schiavi y a alguno más a comer un asado, porque su hijito era hincha de Boca. Quedó pendiente por los avatares de esta loca vida que lo  sorprende a los 90 y que sin embargo ha permitido vivir momentos como éstos.   


Guillermo Blanco.


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