Lunes 4 de Enero de 2016

Se celebró la Misa de Año Nuevo

En la noche del pasado viernes, en la Iglesia Catedral “Santo Domingo de Guzmán”, se celebró la Misa de Año Nuevo, presidida por el Obispo Diocesano de 9 de Julio, Moseñor Ariel Torrado Mosconi, junto a sacerdotes de nuestra ciudad; ceremonia que contó con una nutrida asistencia de fieles.

HOMILÍA DE MONS. ARIEL TORRADO MOSCONI

Para el hombre secularizado el tiempo es una realidad homogénea y las fechas no tienen valores significativos. Sin embargo, para el hombre religioso las fechas tienen una densidad especial; porque Dios ha entrado en el tiempo y ha transformado el tiempo humano en tiempo de salvación. Por eso, para nosotros como creyentes comenzar un nuevo año está cargado de oportunidades. Este año del Señor 2016 es tiempo de salvación.

Además, comenzar un nuevo año es una ocasión para comenzar algo nuevo y por tanto para ponernos propósitos que nos permitan crecer y mejorar. Para estas fechas en ciertas revistas o programas televisivos se nos suelen presentan proyectos totalmente materialistas y superficiales, proponiendo como metas del año el tener alguna cosa nueva, hacer un viaje o bajar unos kilos.

Sin duda que nada de eso podrá hacernos felices ni nos permitirá mejorar como personas. Sin embargo, es muy bueno que en este primer día del año nos pongamos algunos propósitos en orden a crecer en la virtud, para ser mejores personas y mejores cristianos.

El Santo Padre al haber proclamado el año de la misericordia ya nos ha sugerido una buena meta para este año 2016: ser más misericordiosos. Tener un corazón más parecido al de Jesús, manso y humilde, y si aún nos mantenemos distanciados o enojados con alguien aprovechar este tiempo para tener misericordia como el Padre la ha tenido para con nosotros.

La Iglesia comienza el año celebrando la jornada mundial de oración por la paz. Que esta oración transforme nuestro corazón y nos haga instrumentos de su paz, como nos sugiere aquella hermosa plegaria atribuida a san Francisco de Asís.

Yo quiero proponer tres actitudes fundamentales para poder convertirnos en instrumentos de la paz.

La paz es fruto del respeto, el diálogo y la misericordia. No hay paz sin respeto.

El respeto consiste en considerar al prójimo como alguien digno de derechos que jamás debe ser ava-sallado, ni despreciado, ni usado. La persona humana tiene derechos inalienables que nunca pueden ser ignorados. Este respeto se debe vivir en la relación entre las naciones, en la relación entre las instituciones y comunidades pero fundamentalmente debe vivirse en el seno de la familia.

Las faltas de respeto en el seno del matrimonio y de la familia, las agresiones de índole verbal y mucho peor las físicas nunca son compatibles con el amor familiar. Los insultos, las palabras hirientes, las humillaciones, los gestos de provocación y toda forma de agresividad verbal o gestual deben ser erradicados de nuestros hogares y de nuestras relaciones personales.

Ese reconocimiento de la dignidad de mi prójimo debe llevarnos al diálogo respetuoso. A no creernos dueños de la verdad. A considerar al prójimo como alguien que siempre nos aporta con sus argumentos y reflexiones.

¡Cuánto debemos pedir la humildad para que siempre podamos descubrir que cada día tenemos algo que aprender del hermano!

Incluso de los más diferentes a nosotros y de los más pequeños. Debemos bajarnos del pedestal de nuestra soberbia que siempre nos lleva a querer estar dando cátedra y ser capaces de ponernos cada día como humildes aprendices. Que podamos vivir aquél bello principio agustiniano: “en lo esencial unidad, en lo opinable diversidad y en todo la caridad”.

La paz es fruto de la justicia. Es por ello que para promover la paz debemos luchar por la justicia. Sin embargo, a veces la justicia se entiende como venganza.

La venganza es una miseria y no una virtud. El odio sólo provoca mayor deseo de venganza y ese círculo vicioso a veces llega a enfermar a las personas y a la sociedad.

El único modo de romper ese círculo vicioso es la misericordia. En efecto, ya desde antiguo la ley del “ojo por ojo y diente por diente” venía a poner algún límite razonable al deseo de venganza ilimitada. Sin embargo Jesús nos llama al perdón ilimitado.

La misericordia es la forma más perfecta de justicia, que a imagen de Dios nos permite perdonar de corazón y devolver la dignidad aún a aquellos que nos han ofendido y lastimado.

Respeto, diálogo y misericordia guíen este nuevo año 2016 a cada una de nuestras familias, a nuestras comunidades, a nuestra patria y al mundo entero.

De manera especial ponemos este nuevo año en las manos de la Virgen. Los invito a consagrar sus propias vidas y las de sus familias a la Madre de Dios.

También consagremos a nuestra patria y al mundo entero a la Virgen que es la Reina de la Paz.


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