Martes 20 de May de 2014
Mensaje de Monseñor Martín de Elizalde, con motivo de un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo.
Queridos hermanos y hermanas:
La cercanía del 204° aniversario de la Revolución de Mayo nos propone realizar, como sociedad y como ciudadanos, una reflexión sobre la Argentina que somos. Sin duda, valoramos el haber nacido en este hermoso país, en el cual estamos llamados a recibir los frutos de la gran generosidad con que Dios lo ha enriquecido. Experimentamos cada día la alegría de la fraternidad, que nos concede encontrar en los hermanos de nuestra Patria el apoyo y los ejemplos que necesitamos, la herencia de las tradiciones recibidas de nuestros padres, el aporte de las razas y las culturas que han llegado a habitar este suelo y se unieron a quienes ya lo poblaban para trabajar por el crecimiento de la Nación, que solo puede alcanzarse por la justicia y el equitativo desarrollo de todos. Apreciamos y agradecemos la dimensión espiritual, que como consecuencia de la fe recibida de una Iglesia misionera, nos hizo cristianos e incorporó a nuestra cultura aquellas condiciones esenciales de libertad, de respeto, de trabajo.
Por eso resulta muy difícil comprender y es doloroso aceptar la situación presente de una sociedad que se ve triste, dividida, como asediada por el desánimo, y que no se reconoce en los excesos de poder ni en el abuso de la corrupción, que no acepta la incerteza del mañana y no quiere compartir las responsabilidades de tantas acciones, públicas y privadas, que llevan el sello del egoísmo, del interés material y de la indiferencia moral.
El episcopado argentino ha dado a conocer hace poco una declaración, que bajo el título „Felices los que trabajan por la paz”, nos propone una mirada sobre la realidad que estamos viviendo en la Argentina. Es un texto escrito desde una participación muy serena pero también comprometida con los habitantes de este bendito país, y quiere ser una llamada a todos los hombres de buena voluntad que habitan este suelo, para que advirtiendo aquellas realidades injustas y peligrosas para la salud de la Nación, asuman con responsabilidad la tarea de mejorarlas con un cambio de actitudes y el ejercicio de las virtudes que necesitamos.
Es un mensaje de gran densidad espiritual, que no pretende enseñar soluciones para que otros las apliquen, aunque sean los responsables del gobierno político y de las grandes fuerzas sociales y económicas. Se dirige a los hombres y mujeres de buena voluntad, es decir, atentos a la verdad y deseosos de favorecer el bien común, con la invitación a convertirse en factores de cambio, por la promoción de aquellos valores considerados ciertamente necesarios, pero que se encuentran debilitados hoy entre nosotros, cuando no ausentes, y también una llamada a asumir el esfuerzo por excluir de nuestro medio conductas y propuestas estériles, alienantes, que solamente provocan el enfrentamiento de los hermanos entre sí y causan heridas profundas y duraderas.
Una lectura que solamente viera en este documento de la Iglesia un mensaje dirigido al Gobierno, quedaría en lo superficial, porque el sentido del mismo es invitar a todos los argentinos al cambio esperado, y tan largamente demorado, que haga del nuestro un pueblo justo, libre, feliz, en el sentido pleno de estos términos.
Señalemos los momentos principales del mensaje de los obispos, que nos invitan a individuar la presencia de estas realidades que nos detienen, y que encontramos tan difíciles de superar. Ellos son, a mi parecer:
LA VIOLENCIA
„Constatamos con dolor y preocupación que la Argentina está enferma de violencia. Algunos de los síntomas son evidentes, otros más sutiles, pero de una forma o de otra todos nos sentimos afectados. Queremos detenernos a reflexionar sobre este drama porque creemos que el amor vence al odio y que nuestro pueblo anhela la paz” (1). Esta violencia se manifiesta en hechos que provocan grave inseguridad, no solo en aquellos lugares más conflictivos, sino que está presente en las actitudes de muchos sectores de la sociedad. „Es evidente la incidencia de la droga en algunas conductas violentas y en el descontrol de los que delinquen, en quienes se percibe escasa y casi nula valoración de la vida propia y ajena”, prosigue la Declaración (2). Ya el año pasado, la Conferencia Episcopal Argentina advirtió sobre este drama, que no se resuelve todavía y donde no se advierten avances, a causa de una política insuficientemente articulada sobre el narcotráfico y una alarmante indefinición acerca de los métodos para combatirlo, así como la escasez de recursos y de preparación para atender a las víctimas, que son los consumidores y proceden de los sectores más débiles y vulnerables.
LA POBREZA
Otra mención importante es a la pobreza: „No se puede responsabilizar y estigmatizar a los pobres por ser tales. Ellos sufren de manera particular la violencia y son víctimas de robos y asesinatos, aunque no aparezcan de modo destacado en las noticias. Conviene ampliar la mirada y reconocer que también son violencia las situaciones de exclusión social, de privación de oportunidades, de hambre y de marginación, de precariedad laboral, de empobrecimiento estructural de muchos, que contrasta con la insultante ostentación de riqueza de parte de otros. A estos escenarios violentos corremos el riesgo de habituarnos sin que nos duela el sufrimiento de los hermanos” (3).
LA FAMILIA Y LOS JÓVENES, LA EDUCACIÓN
Compartimos la responsabilidad, como miembros de esta sociedad: „Para lograr una sociedad en paz cada uno está llamado a sanar sus propias violencias. Es necesario reconocer las diversas crisis por las que atraviesa la familia, que es la primera escuela de paz. En ella aprendemos la buena noticia del amor humano y la alegría de convivir. Muchos niños y adolescentes crecen solos y en la calle provocando el debilitamiento de los vínculos sociales. Esto también repercute en la escuela. Episodios de violencia escolar se desarrollan ante la mirada pasiva de algunos hasta que es demasiado tarde. Muchos jóvenes ni estudian ni trabajan, quedando expuestos a diversas formas de violencia” (4).
La situación educativa en nuestro país sufre por la falta de políticas coherentes, por lo que corremos el riesgo de que estas condiciones repercutan desfavorablemente en las jóvenes generaciones. Cuando se pone de manera casi exclusiva el acento en educación en una obligación formal – no siempre cumplida – de cursar determinado número de años, apuntando sobre todo a la „contención”, no se está realizando lo más importante, que es enseñar para la vida, capacitar para la inserción en la sociedad, proveer los instrumentos necesarios para ser verdaderamente personas libres, maduras, sanas, responsables.
LA CORRUPCIÓN
Los obispos señalan un hecho que ha adquirido un desarrollo y una presencia sumamente alarmante: „La corrupción, tanto pública como privada, es un verdadero ‘cáncer social’ (EG 60), causante de injusticia y muerte ... Sólo si las leyes justas son respetadas, y quienes las violan son sancionados, podremos reconstruir los lazos sociales dañados por el delito, la impunidad y la falta de ejemplaridad de quienes tenemos alguna autoridad. La obediencia a la ley es algo virtuoso y deseable, que ennoblece y dignifica a la persona. Esto vale también para los reclamos por nuestros derechos, que deben ser firmes pero pacíficos, sin amenazas ni restricciones injustas a los derechos de los demás. Frente al delito, deseamos ver jueces y fiscales que actúen con diligencia, que tengan los medios para cumplir su función, y que gocen de la independencia, la estabilidad y la tranquilidad necesarias. La lentitud de la Justicia deteriora la confianza de los ciudadanos en su eficacia” (5).
LEGALIDAD Y JUSTICIA
Frente a la falta de acción por parte de las instituciones públicas, se apela a la represalia y a la venganza: „Para construir una sociedad saludable es imprescindible un compromiso de todos en el respeto de la ley ... Sólo si las leyes justas son respetadas, y quienes las violan sancionados, podremos reconstruir los lazos sociales dañados por el delito, la impunidad y la falta de ejemplaridad de quienes tenemos alguna autoridad. La obediencia a la ley es algo virtuoso y deseable, que ennoblece y dignifica a la persona” (6). Se reclama a veces un régimen carcelario severo, supuestamente eficaz. Pero, dicen los obispos „La cárcel genera en la sociedad la falsa ilusión de encerrar el mal, pero ofrece pocos resultados. El sistema carcelario debe cumplir su función sin violar los derechos fundamentales de todos los presos, cuidando su salud, promoviendo su reeducación y recuperación. Nos duele y preocupa que casi la mitad de los presos no tenga sentencia. La mayoría de ellos son jóvenes pobres y sin posibilidades para contratar abogados que defiendan sus causas. Ningún delito justifica el maltrato o la falta de respeto a la dignidad de los detenidos” (7).
UNA RECUPERACIÓN SOSTENIDA POR LA ESPERANZA
No debe abandonarnos la esperanza, como expresa el mensaje del episcopado argentino: „Estos síntomas son graves. Sin embargo, en el cuerpo de nuestra sociedad se encuentran también los recursos para afrontar el paciente camino de la recuperación. Todos estamos involucrados en primera persona. Destacamos, ante todo, el profundo anhelo de paz que sigue animando el compromiso de tantos ciudadanos. No hay aquí distinción entre creyentes y quienes no lo son. Todos estamos llamados a la tarea de educarnos para la paz. Nosotros creemos que Dios es “fuente de toda razón y justicia” y que los peores males brotan del propio corazón humano. El vínculo de amor con Jesús vivo cura nuestra violencia más profunda y es el camino para avanzar en la amistad social y en la cultura del encuentro. A esto se refiere el Papa Francisco cuando nos invita a “cuidarnos unos a otros”. Jesús nos enseñó que “Dios hace salir el sol sobre buenos y malos y hace llover sobre justos e injustos” (Mt 5, 45). No hay persona que esté fuera de su corazón. En su proyecto de amor la humanidad entera está llamada a la plenitud. No hay una vida que valga más y otras menos: la del niño y el adulto, varón o mujer, trabajador o empresario, rico o pobre. Toda vida debe ser cuidada y ayudada en su desarrollo desde la concepción hasta la muerte natural, en todas sus etapas y dimensiones. Jesús es nuestra Paz, en él encontramos Vida y Vida abundante. A Él volvemos nuestra mirada y en Él ponemos nuestra esperanza para renovar nuestro compromiso en favor de la vida, la paz y la salud integral de nuestra querida Patria. Jesús nos dice: “Felices los que trabajan por la paz…” (Mt 5,9)” (9-10).
Concluyo con las palabras finales de la Declaración episcopal: “La Virgen de Luján, presente en el corazón creyente de tantos argentinos y argentinas, nos anima y acompaña en nuestro empeño “…porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes... (EG 288)” (11).
Mons. Martín de Elizalde OSB
Obispo de Santo Domingo en Nueve de Julio, R. Argentina