Jueves 10 de Agosto de 2023
OPINION - POR ALEJANDRO CASAS
La abuela quiere ir a votar
En los próximos días los argentinos volveremos a votar y todo indica que habrá un alto índice de abstención.
El desencanto y la bronca con los políticos es una realidad que se viene observando en nuestro país y otras partes del mundo.
Aunque comprensible, no es bueno para la democracia que los ciudadanos lleguen a tal grado de hartazgo como para decidir no participar con su voto en la elección de quienes los van a representar.
Llamado de atención para quienes tienen algún grado de responsabilidad política. Y también para quienes, por una cuestión generacional, vivimos el renacer de la democracia en Argentina.
Intercambiando mensajes de whatsapp con una de mis hijas sobre este tema me trajo un recuerdo de hace veinte años.
Elecciones de 2003. Yo era candidato a intendente por una fuerza política que no tenía chances de ganar.
En ese entonces mi abuela María tenía ciento un años y la cabeza intacta. Estaba muy informada de las noticias de los medios nacionales y del orden local.
Unos días antes de las elecciones (aún no existían las P.A.S.O.) le dije que no era necesario que fuera a votar. La cabeza le funcionaba bien pero el cuerpo no. Para qué iba a hacer ese esfuerzo.
Era vasca de pura cepa y a la fortaleza de la sangre se le había sumado la de los golpes de la vida. Todo un roble la vieja.
Y eso se correspondía también con su carácter. Decisión que tomaba, decisión que llevaba a los hechos. Contra viento y marea.
Ante mi sugerencia de que no fuera a votar me miró y esa mirada fue suficiente para saber cuál sería la respuesta.
“¿Cómo que no voy a ir a votar? ¿Vos estás loco? Yo siempre fui a votar. No voy a ir ahora que vos vas de candidato”.
Intenté darle algunas razones para convencerla.
“Ya les dije a las chicas de acá (mi abuela estaba en un hogar geriátrico) que el domingo me levanten temprano porque me vas a venir a buscar”.
“¿Te parece?”, insistí sin mucha convicción.
“Ni me parece ni me deja de parecer. Vos el domingo me llevás. Y si no podés avisame, que me hago llevar con algún familiar”.
Conocía muy bien ese tono de voz. Tema concluido.
El domingo por la mañana fui a buscarla cerca de las diez y media.
Está preparada desde las ocho me dijo una de las chicas del geriátrico.
La abuela no era de darle importancia a la vestimenta, tenía uno o dos vestidos “pitucos” que usaba para ocasiones especiales: su cumpleaños, el de mi hermano y el mío, nuestros casamientos, las fiestas de fin de año. Y para ir a votar.
Esta vez se había puesto además un saco de lana.
“¿No tenés calor con ese saco?” Le pregunté.
No me respondió.
Subimos al auto.
“¿Llevás el documento?”
“¿Te pensás que es la primera vez que voy a votar? Y acá tengo la boleta tuya”, me dijo mostrándome con un gesto sigiloso el interior de una de las mangas del saco. “No vaya a ser que me confunda y meta la de otro partido”.
En el trayecto le comenté que había estado consultando el padrón y que no la había visto.
“Vos porque no querés que vaya. Pero a porfiada no me vas a ganar”.
No le mentía.
“Por ahí me sacaron del padrón pensando que estiré la pata”, acotó. “Qué se van a imaginar que una vieja de cien años puede estar viva”.
Llegamos al lugar de votación. Fui a la mesa correspondiente para decirles si podían llevarle la urna al auto. Sabía que si no lo autorizaba la presidenta de mesa o algún fiscal se oponía mi abuela no iba a poder votar.
Pero eso no fue inconveniente porque todos estuvieron de acuerdo.
El problema era que efectivamente mi abuela no figuraba en el padrón.
La presidenta volvió a consultar a los fiscales y tampoco hubo objeción.
“Es un ejemplo de ciudadanía”, comentó uno de ellos. Y salieron todos con la urna y el sobre hacia el auto.
“Qué bien, abuela, viene a votar al nieto”, le dijo una de las fiscales.
“El voto es secreto”, le respondió tajante.
Esa fue la última vez que la abuela María votó.
Pasaron veinte años desde ese día.
El país cambió. El mundo también.
Según parece el próximo domingo habrá una cantidad importante de personas que no van a ir a votar, pero también habrá muchos que, como mi abuela, estarán a las ocho en punto –o antes- esperando cumplir con su derecho y su obligación de ciudadanos.
Unos y otros tienen sus razones.
La democracia nos espera.
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