Jueves 11 de May de 2017

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El rio de agua limpia

Los psicólogos dicen que hay cosas que uno no recuerda, porque la cabeza se niega a recordar, que nuestro sistema decide bloquearlas para protegernos, para mantenernos cuerdos, vivos…

Corría el año 81, no recuerda bien el mes dice, marzo tal vez. El servicio militar era obligatorio y a él con 18 años le había llegado “la carta”. Antes de viajar a Junín, allí lo habían convocado, se despidió de la madre, del padre y de sus hermanos “sabía que no iba a volver” dice.

Una fila interminable de muchachos por delante suyo, cuando le toca su turno inmediatamente queda detenido, lo privan de su libertad y empieza el calvario. Esposado, rapado a cero y con los ojos vendados lo trasladan a La Plata, “el primer lugar, al que fuimos , parecía un hospital, pero no recuerdo bien, pasaba la mayor parte de día con los ojos tapados, después estuve en el C.I.F.I.M 2 o 3 meses,” el tiempo en días u horas no existe en esos lugares. “De ahí estuve en Buenos Aires y después me mandaron al sur en el buque cabo San Antonio, y cuando desembarcamos al batallón de infantería de apoyo logístico vial, Base Comandante Espora” siempre preso, siempre esposado, siempre ciego.

Mientras la vida se tornaba imposible y la muerte era un sueño de libertad, aprendía a sobrevivir. Cuando escuchaba las botas sonar en el pasillo, se preparaba, podía llegar cualquiera, si era el teniente de navío Ricardo Miguel Otero por ejemplo, sabia (con 18 años) que tenía que relajar el cuerpo (aun estando esposado) “aflojaba la panza, para que las piñas entraran sin resistencia y por la falta de aire me desmayaba, cuando me despertaba lo volvía a hacer y así hasta que se cansaba de pegarme y se iba”. “Si era el suboficial Lichirivetti que integraba el Club de París, esperaba las trompadas en la boca”, siempre esposado, en el fondo, ellos siempre con miedo.

Prende el cigarrillo número 3, apoya el dorso de una mano en el frente y con la otra ceba un mate, “las visitas del Almirante o Contraalmirante Franco (no recuerda su cargo exacto), jefe de las fuerzas armadas argentinas eran recurrentes, me hacía preguntas puntuales sobre gente que yo no conocía, entre golpes y torturas interminables yo solo podía insultarlo, al final, después de tanto no sabes si los conocés o no, te lo terminan metiendo en la cabeza, igual no decía nada, nunca vendí a nadie. Eso me costó mucho, me quemaron con ácido los pies, me desmayaba del dolor y cuando me despertaba me volvía a desmayar, era casi insoportable, tuvieron que hacerme una cirugía para separarme los dedos en el hospital de Puerto Belgrano.”

Los equivocados eran ellos, los hijos de puta eran ellos.

La mayoría de los presos terminaban cansándose y se rendían ante los uniformados, él seguía firme con sus convicciones y para mostrar su descontento, aprovechaba las salidas transitorias (eran adentro de un mismo batallón, con custodia), “una vez, salí y pinte el signo comunista en todos los galpones, y el nombre de Edén Pastora, que era un revolucionario nicaragüense, el Comandante Cero (que con el tiempo se dio vuelta y se volvió contra), eso me costó 108 días en una celda en donde entraba un colchón de una plaza con las puntas dobladas, sin ventanas, con una puerta de reja y una puerta de placa que tenía una ranura por donde pasaban una palangana de plástico verde donde hacia mis necesidades y cuando traían la comida la retiraban enjuagaban y me la servían ahí, no sé si era una vez al día, dos o día por medio, cuando Salí de ahí estuve ciego 3 días seguidos, mis ojos no podían acostumbrarse de nuevo a la luz. En otra salida, con un compañero de apellido Rosevich, nos metimos en los hangares, tiramos una soga que iba por el techo, de un lado al otro, el sostenía la soga mientras yo trepaba, cuando llegaba al techo , tiraba la soga por la claraboya y bajaba por ahí, estaba lleno de camiones de transporte de la PM (policía militar) con eso chupaban a la gente y transportaban a presos vivos y muertos, les pinchamos las ruedas y tratamos de romper todo lo que más pudimos, me agarraron, me toco pasar todo el día en el cepo. En enero, con todo el sol, con un pantalón corto azul y en cuero, el soldado Quintana miraba de lejos, no aguantó más, cargo una botella de agua en el baño y salió corriendo, vaciándome la botella de agua en la espalda, a mí se me lleno el cuerpo de llagas, a él no sé qué le habrá pasado”

Con la voz entrecortada, de rabia y con desprecio, nombra al suboficial Naranjo y suboficial Solís, “eran gente perversa, dañina”

Le toco vivir y presenciar atrocidades, pero recuerda puntualmente una “ Al Calvi, no sé si ese era su apellido o era su sobrenombre, lo picaneaban para sacarle información, hasta dejarlo desmayado, cuando se despertaba lo volvían a picanear, y así hasta que se cansaban y se iban, en un momento se despierta y toma agua de un balde, se murió en el acto, no sé si lo hizo a propósito para morirse o si estaba turbado por la tortura, no era la primera vez que lo picaneaban”

Se hace una pausa, un vacío, un minuto de silencio.

El 28 de octubre del 83, casi 2 años después, el suboficial Acuña lo llama: “-Bonanno, te vas. Yo me puse contento, porque pensé que me mataban, yo quería que me maten, no quería vivir más, me separaron del resto, me sacaron las esposas, me hicieron firmar un montón de papeles y me cargaron a un camión, me vendaron los ojos y me esposaron de nuevo, tenía la certeza de que me mataban y la alegría de que sucediera, una extraña sensación, el deseo de morir. Llegando a Punta Alta, pararon el camión y me dijeron: bajate, me quedé en medio de la nada, con una camisa blanca, unos zapatos y pantalón de jean que me quedaba grande, no sé si comí o no, no tenía un peso y estaba desorientado, por ahí encontré un piolín tirado en el piso y me lo puse de cinto, después de eso no recuerdo más nada, algunas imágenes vagas, no sé cómo llegue a la plaza de Berutti, no sé quién me llevo, si hice dedo o me subí a algún tren.

Era 30 de octubre, dos días después de haberme soltado, me sorprendió que el club Giat estuviera cerrado y en la escuela había poco movimiento, eran las elecciones nacionales donde ganó Alfonsín, Ítalo Luder era nuestro candidato. Nunca supe nada, en esa época no se daban explicaciones, nadie te preguntaba nada tampoco.”

“¿A los 18, 19, 20 años, que tan subversivo podes ser? Más que predicar alguna idea o algún pensamiento…”

El tiempo que vino después de todo eso tampoco fue fácil para Bonanno, “me fui al campo a trabajar en la cosecha de girasol, después vino un tío mío de Buenos Aires y me fui con él. Vivía en la guardia del hospital Álvarez, mientras deliraba con 40º c de temperatura escuchaba que el médico le decía que tenía que tener una infección grave, pero nunca me encontraron nada físico, era la cabeza, me dormía y entraba en el tormento, los recuerdos son bravos, después empecé a tomar whisky, media botella antes de dormir, igual me atormentaban los sueños. Después conocí a tu madre me dice, y ahí las cosas fueron cambiando, nos fuimos a vivir a Jujuy y en democracia (año 85) todavía me controlaban, una vez, con tu mamá embarazada de tu hermana, estábamos yendo a la mercería Lozano a comprar botones para un batón y dos policías de civil nos vigilaban, con el tiempo se calmó un poco todo.”
Le hago dos preguntas de las cuales yo ya se su respuesta, ¿alguna vez tuviste miedo? ¿Todo lo que pasó te limitó?

“Nunca tuve miedo, me dice, me aterran otras cosas, perder la relación con ustedes o las enfermedades que pueda sufrir alguien de la familia, esas cosas irreversibles, perder los afectos. A la segunda pregunta me responde con una historia que me contó siempre, pero esta vez no termino con el final que conocía, siguió un poco más, con la voz cansada, el mate frío, los ojos vidriosos me dice, te la acordás? Y empieza: en el ejercito Zapatista de liberación, cuando recién nos fuimos a vivir a Jujuy me contaron un relato: Hay un río de agua limpia que corre libremente, hasta que es atacado por un río de bosta que empieza a contaminarlo, cansados de que la bosta contamine el río de agua limpia, la gente del pueblo empieza a tirar piedritas en el empalme de ambos ríos, después de muchas piedras tiradas, estas forman una pared que separa ambos ríos y el agua limpia empieza a correr libremente otra vez, pero para llegar a esto hubo que tirar muchas piedras y algunas quedaron abajo para hacer la base, enterrada en el barro y contaminadas con bosta, nuestra generación es la piedrita que va al fondo, mas allá de la angustia y el dolor, yo decidí ir al fondo, ser la base, los cimientos de esa pared.”

La Plata, 9 de Mayo, 2017. Melina Bonanno.
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