Jueves 1 de Octubre de 2015

PUBLICACION PEDIDA EN EL MES DE LA EDUCACIÓN

Reconocimiento a quien fuera la profesora Claribel A.T. de Labandeyra

Termina septiembre, mes de la educación y de la primavera; ambas se tocan, se enlazan.

La  primera como terreno y siembra de conocimientos y valores, cultivo de esperanzas y aptitudes. La segunda, explosión de la naturaleza trocada en yema, verdes, flor y savia renovada.

Es el mes en el que se festejan los “días de”, que hacen a la educación; el 4 de la secretaria, el 10 de los auxiliares, el 11 del maestro, el 17 del profesor, el 19 del preceptor, el 21 de los estudiantes, y el 22 de los rectores.

Septiembre, siempre despierta en mí, sentimientos fuertes, variados, persistentes en el tiempo, entre ellos la nostalgia, el recuerdo del momento en que yo misma florecía y la vida empezaba cada mañana.

Estoy en el living de mi casa,  frente a mí un hombre maduro que sostiene entre sus manos una carpeta marrón. Yo, una mujer mayor, lo escucho con atención, entre ambos, sobrevolando el momento y nuestras presencias, la misma emoción. Es que entre las hojas amarillas, que datan de más de medio siglo, se asoman palabras, sueños juveniles, emociones incontenibles y la inocencia más genuina de nuestra época de estudiantes.

El hombre es el hijo de la profesora que me inició en el conocimiento de la Lengua castellana, en Primero y Segundo Año, en la entonces Escuela Nacional de Comercio(estudios que cursé entrelos años 1958 a 1962).

Tiemblan las manos que acarician la vieja y gastada carpeta donde su madre, la profesora Claribel A. Tovillasde Labandeyra, guardó los trabajos escritos que solicitaba a algunos de sus alumnos, aquellos que teníamos la suerte de poder expresar sin mayores dificultades lo que pensábamos y/o sentíamos.

Fue un momento especial, repasamos textos, temas, nombres. También estaban sus apuntes, programa de la materia, síntesis de libros, etc.

Encontré tantos trabajos tuyos que quise traértelos –me dijo.

Sorpresa y emoción al releer lo que escribí a los trece años, me reencontré con aquella casi nena que venía delcampo, y entre azorada y curiosa, miraba a esa señora (que ella veía enorme), aquella mujer férrea, seria, puntillosa, que inspiraba respeto (y algún temor), enseñándosobre formas y funciones de la palabra,significados, conjugaciones, estructuras; esa magia que nos permite mostrar y mostrarnos, compartir, convencer, convocar, consolar o herir… ¡Tantas y tan variadas son las posibilidades que nos da el uso de la palabra!

Claribel (hoy puedo llamarla así), fue una mujer adusta, profesional, severa pero sagaz a la hora de percibir los talentos naturales de los muchos que pasamos por su aula, de reconocerlos y tomarlos como ejemplo para los cursos que los sucedían. Es por eso que acostumbraba solicitar una copia de los textos que creábamos en sus clases, aquellos que consideraba bien construidos, y los guardaba en su carpeta marrón, la misma que su hijo sostiene entre sus manos, la que hojeamos juntos, leyendo algunas producciones, sonriendo cuando reparamos en las fechas, matizando con comentarios acerca de su madre, cómo era en la clase y en su casa.

Lo único que te pido es que, alguna vez, escribas sobre ella –mecomentócon gesto humilde y sentido.

¿Qué menos?, pensé. ¿Cómo no utilizar aquello que ella misma me enseñó?, la herramienta que puso en mis manos; es el momento del reconocimiento.

Por eso, señora Claribel, yo quiero decirle no solamente gracias por haber sido mi primera profesora de Castellano (así se llamaba la asignatura) sino porque contribuyó a que sintiera que era capaz de plasmarme en una hoja de papel.

La recuerdo caminando por el aula, su figura redonda, los vestidos estampados, sus zapatos de tacón mediano, con el gesto atento, inquisitivo, del sembrador que interpela la tierra en la que va a depositar su semilla, evaluando la fertilidad del mismo, su capacidad para hacerla crecer, dar flores y frutos.

Gracias por su exigencia y su reconocimiento. Por su compromiso con la educación, por ayudarme a creer en mí.

En este mes de la educación, quise reconocerla, pedirle una copia de su trabajo para guardarlo en el álbum de mis recuerdos muy queridos,(junto al de tantos otros). Usted nos ayuda a evocar una etapa irrepetible; la de los sueños más febriles, la de los desafíos más osados, la de la esperanza más amplia, el deseo más ferviente, la vitalidad en su máximo esplendor.

Gracias Ricardo por traer hasta mis manos los papeles amarillos que conservan nuestros primeros intentos con laspalabras, por haberlos conservado, por respetar a tu madre docente pero también a nosotros, a través de las producciones que ella guardó.

Ana María Vivani.
 


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