Domingo 14 de Abril de 2013

La Cultura de la desconsideración

Algo más que palabras.

Vivimos en un momento de comportamientos que tienden al desprecio de todo. No sabemos apreciar el valor de las cosas. Nuestro actuar suele ser una permanente desconsideración hacia nuestras raíces y su propia naturaleza. Tenemos que reemplazar conductas hasta con nuestra propia madre tierra, por cierto  el único planeta del que disponemos para vivir. Entiendo, por tanto, que debemos de cambiar cuanto antes esta cultura despreciativa y poner en valor otros cultivos menos altaneros y arrogantes, que sean capaz de proteger y respetar el medio ambiente. Incomprensiblemente, no nos ha importado desatender nuestro hábitat. Ciertamente, produce un inmenso dolor que nuestro propio orbe nos mande señales desesperantes y la especie humana apenas le preste atención. El cambio climático y el agotamiento de la capa de ozono son los testimonios más evidentes. La consecuencia es que todo se está volviendo estéril en un mundo putrefacto.

 Ante esta preocupante realidad, pienso que debemos de aprender a considerar a la persona en relación con los demás elementos naturales que le acompañan. El mundo, que comenzó en un preciso y precioso momento, que fue obtenido de la nada, ha de enraizarse al ser humano, y éste a la diversidad de formas de vida terrestres que nos sustentan unas a otras. De ahí, la importancia de aprender a dominarnos, para que el gran libro de la naturaleza nos siga deleitando y sorprendiendo. Sin duda, tenemos que considerar a la madre tierra como algo muy importante, sin ella la vida se pierde y la propia especie humana pasa a engrosar los anales de la historia. Hemos, pues, de valorar al ser humano por lo que representa en el orden natural y, sobre este orden, empezar a construir otro mundo que nos permita compartir la propia existencia de cada uno.

Se dice que nada hay tan dulce como el amor para que florezcan los frutos. Dicho esto, se me ocurre, que coincidiendo con la celebración del día internacional de la madre tierra (22 de abril), seamos capaces de activarnos el corazón ante las muchas ruinas labradas por nosotros mismos. En ocasiones, nos hemos sepultado de tantos odios, que resulta imposible reposar en la tierra. Nos acorrala un desarrollo insostenible, un afán de poder desesperante, un rechazo a un cambio de rumbo en nuestras vidas, mil retrocesos en maneras de vivir. Esta cultura de la ordinariez no puede seguir gobernando el planeta. Tajantemente, ¡no!. Precisamos otras actuaciones del ser humano sobre la naturaleza. El menosprecio por toda vida ha generado un sentido de irresponsabilidad que hace precarias e inciertas las opciones de la vida de cada día. Por otra parte, la desorientación es tan grave que, hoy más que nunca, hace falta poner en circulación el juicio ético sobre los derechos y los deberes de cada uno.

Evidentemente, la ley natural es, por sí misma, la única fortaleza válida contra la arbitrariedad de los poderosos y los engaños de la manipulación ideológica, tan de moda en estos momentos. En lugar de promover la cultura del endiosamiento de unos y de la simpleza de otros, deberíamos avivar el crecimiento de la conciencia moral sobre la madre tierra. Por consiguiente, la primera preocupación y ocupación de la humanidad, sobre todo de aquellos que tienen responsabilidades de gobierno, debería consistir en promover la maduración de la conciencia ética. Sin este avance nada será verdadero. Continuaremos en el vacío, en el desaire, en los abusos y atropellos. Nuestro planeta precisa personas con conciencia crítica, capaces de dar garantía a sus moradores para poder vivir libre y ser respetado en su dignidad.

La aportación de estas gentes, cultivadas en lo éticamente lícito, es de suma importancia en esta época que nos ha tocado vivir. Juntamente con el progreso de nuestras capacidades sobre este ambiente que nos hemos injertado, tenemos que desarrollar un diálogo fecundo entre las diversas culturas, que nos permita poder discernir un progreso real y coherente que no lastime a la madre tierra. La acción contra esta dejación humana en la preservación de los recursos naturales y los ecosistemas, nos exige cambiar el patrón de conductas y proceder sin dilación al fomento de una cultura más respetuosa con el medio natural.

Pongamos fin a las bellas palabras. Vayamos, de una vez por todas, de las voces a las realidades. No se puede vivir en oposición con la naturaleza. El día que la armonía forme parte de nuestro proceder, que la conciliación y el acercamiento de unos y de otros sea algo verídico, será el inicio de un proceso realmente ecologista. Son, precisamente, estas interacciones de los seres vivos  con su hábitat, las que merecen en todo momento ser respetadas. Obviamente, todos tenemos derecho a existir y a convivir en armonía con la naturaleza. Por desgracia, aquí y allá se producen los diferentes fenómenos de degradación ambiental y la falta de consideración con algunos seres humanos, lo que nos exige a todos una autentica sensibilidad hacia este gravísimo problema. Esta mentalidad dominante, de la desconsideración hacia la naturaleza, o lo que es lo mismo, hacia nosotros mismos, lo que hace es que la autodestrucción de la especie cada día esté más pujante.

Por eso, volvamos el término madre tierra, aparte de que sea una expresión que se utiliza comúnmente en muchas culturas para designar a nuestro planeta, es una palabra que lo dice todo, que está cargada de significados hondos. Esta relación maternal, con toda su vitalidad y fecundidad, debiera instarnos a la reflexión, a descubrirnos y aceptarnos como hermanos, como familia, como linaje único incorporado a la naturaleza. Yo firmemente pienso en esa unión de corazones, sin omisiones. La desatención hacia el semejante y su entorno, tiene que agonizar. Para poder dar ese salto a la vida, antes tenemos que dar salud a la madre patria, desistiendo de todo empecinamiento de creernos más que nadie en este mundo de vínculos y semejanzas. Reneguemos, pues, de cualquier cultura descortés con la humanidad y su medio ambiente, aportando renovada energía y entusiasmo para cualquier batalla de ideas y de visiones. Sólo cuando aceptemos esa unidad armónica resplandecerá la verdadera cultura ecológica. De lo contrario, seguiremos con la palabrería fácil y con la hecatombe más próxima.

Víctor Corcoba Herrero/ Escritor

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14 de abril de 2013


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