Miércoles 29 de May de 2013
A dos años del histórico ascenso de Once Tigres al Torneo Argentino B.
Un día como hoy, hace exactamente dos años, el 29 de mayo de 2011, el fútbol de la ciudad alcanzaba una de las mayores proezas de su historia; y con ella, uno de los acontecimientos deportivos más relevantes de todos los tiempos, que elevó y potenció su nombre, colocándola a la altura de sus propias posibilidades, pocas veces explotadas y aprovechadas.
Aquel día, frío y gris, en la distante ciudad de General Pico, La Pampa, marcó un quiebre en la práctica de la más popular de las disciplinas deportivas a nivel nuevejuliense.
Desde aquella epopeya, y en un proceso que recién comienza, nada fue igual. El objetivo pasó del mero y simple hecho de competir, al superior espíritu de superación y crecimiento constante y sostenido.
Los procesos internos se replantearon, se revalorizaron los recursos humanos, la planificación pasó a ser un requisito ineludible, y los sueños un objetivo cercano; con mayor o menor ambición, pero siempre cercanos, latentes.
Ya nada se pensó e imaginó igual, y un sano orgullo –más allá de un par de miserias- por ser, en mayor o menor medida parte del logro, se apoderó del ambiente futbolero.
Los protagonistas, a veces denostados y otro tanto desaprovechados, comenzaron a ser valorados en su justa dimensión, sabiendo que nadie es menos que nadie, y que solo era necesario pulir un par de diamantes para que estos se convirtieran en joyas.
Los estadios repletos, los hinchas –aún dueños y presos de sus propios colores y un sentimiento inalterable-, pendientes de un partido, prendidos a la radio, alentando expectantes; los escenarios mejorados y cuidados como nunca antes, la búsqueda de nuevos talentos potenciada a su máxima expresión; y el sentido de pertenencia a un pago posible de estar a la altura de otros fueron acompañando desde aquel momento cada domingo futbolero de la ciudad.
Mezquinamente puede pensarse que fue Once Tigres con aquel ascenso el que logró iniciar un camino, pero este pensamiento inexacto no sería justo con el propio origen. Fue el fútbol de la ciudad, el glorioso, amado e inseparable compañero de cada domingo el que logró el ascenso; vestido para la ocasión de azul y amarillo sí; pero con un corazón multicolor, como las fotografías que muestran una popular repleta de dedos aferrados al alambrado y a las banderas de todos y cada uno de los clubes que componen la Liga Nuevejuliense, verdadera madre y génesis de la conquista, cimentada y elevada por el esfuerzo y el trabajo de muchos, pero fundamentalmente por un par de soñadores que se animaron a más.
Como si hiciera falta, la real valoración de la hazaña llegó poco después, con un injusto sistema de “invitaciones”, con gentilezas directamente proporcionales al poderío económico, que terminaron de convertir a una competencia difícil en una quimera insostenible, desgastante, ilógica y ridícula; pero que al mismo tiempo permite demostrarnos a cada uno de nosotros el valor de ese logro deportivo donde nadie regaló nada y todo se consiguió en base a esfuerzo y sacrificio.
A dos años de aquella instancia, el desafío es hoy tan difícil como en los comienzos.
Las incertidumbres que antes se cernían sobre lo deportivo, ahora ponen en jaque la economía y siembran dudas sobre la posibilidad de sostener una competencia innecesariamente asfixiante; pero ante esta realidad, nada mejor que un aniversario, una fecha y un recuerdo tan feliz como el de aquel ascenso, logrado en canchas y no en escritorios, para renovar fuerzas y sueños, para animarse nuevamente a vivir en presente recuerdos tan fantásticos como las postales que entregó aquella tarde, esa a partir de lo que ya nada es lo mismo en el universo de la máxima pasión deportiva.
Pablo Martorell.
