Viernes 10 de Julio de 2015
Los artistas nuevejulienses actuaron en la noche porteña. Por Guillermo Blanco.
Ella muestra un presente grande como de Latinoamérica que le corre por las venas; mientras él le pone su firma con el teclado a esta noche fría por fuera pero no por dentro, en la histórica Manzana de las Luces porteña. Ella es Lucrecia Longarini, la elegida para cerrar el ciclo “Canciones a Pueblo Abierto”, y él, Javier Lozano, su inmejorable acompañante en el escenario.
Son quince los temas elegidos para esta presentación en la que además, como si fuera escasa la oferta, aparece Angela Irene con su voz de zamba, y en la platea de lo que alguna vez fue Sala de representantes, Magdalena León avalándolo con su sapiencia y participación con palmas y coros entre la gente.
La de este viernes no es una actuación con las canciones de siempre. Andar por la cintura cósmica del sur del continente, hundirse en sus entrañas, compartir sus aromas y sus músicas, le sirvió a Lucrecia para acentuar su apuesta de abrir cabeza y garganta para que saliera esto que está mostrando, un manojo de temas hermosos.
Y con todo con lo que significa Javier para cerrar el círculo. Así se conforma una noche que la coloca a la cantante de Dudignac (como ella mismo se presentó con orgullo) en un sitio cualitativo entre las de su generación, y con el respeto de las más grandes, como lo muestran Angela Irene desde arriba y Magdalena León desde abajo.
Además de Aurora, hija de Vicente Feliú (uno de los fundadores de la Nueva Trova cubana junto a Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, entre otros), quien también iba a actuar como invitada pero no pudo asistir.
En la mayoría de los temas están presentes el amor y las vivencias de la sacrificada mujer de la Latinoamericana profunda. “Corazón de mujer”, ”Yo perdí el corazón”, “Pobre corazón” o Llaqui Shungulla -cantado en quechua-, “Sombras”, “ Run run”, “Obsesión”.
“Cuánto trabajo”, ”Oro y plata”, “La hoja redonda” -con estribillo junto al público-, “Canto del pilón”, y otras desconocidas. No falta la consagrada “Fina estampa”, de la gran peruana Chabuca Granda. Tienen que aparecer “Zamba azul”, de Tejada Gómez y Tito Francia, y Zamba para olvidar, de Daniel Toro y el inmenso Julio Fontana –nuevejuliense como Javier Lozano y la Lucre-, para que el folklore local reivindique su lugarcito.
En la próxima tal vez haya algo uruguayo -acaso Zitarrosa-, o boliviano –acercado por la amistad de Lucre con Jaime Torres-, aquí o en otra manzana y con otras luces, pero con la misma calidad interpretativa que la de esta noche bajo el cielo porteño de San Telmo.