Lunes 6 de Julio de 2020
Con tela de arpillera, Papelito armó la carpa de humilde con el que recorrió durante 45 años el interior de la provincia. Su historia se hizo película.
Carlos Brighenti tiene 71 años. Tenía apenas 11 cuando se presentó en un club en la localidad de Norberto de la Riestra, partido de 25 de Mayo, para participar de una audición organizada por la compañía de radioteatro de Humberto Lopardo “Pichirica”, que llegaba desde Buenos Aires en busca de un chico para que formara parte del elenco de la obra “El boyerito de la cara sucia” en Radio Porteña, emisora que luego se convertiría en Continental. Las condiciones para quedar seleccionado eran dos: debía saber tocar la guitarra y cantar, algo que el chico hacía muy bien, y además estar dispuesto a viajar e instalarse en la ciudad de Buenos Aires, algo que tampoco resultaba un impedimento para él: “Yo era un vago tremendo, me iba por dos o tres días y no volvía a casa, me iba a la casa de conocidos de pueblos vecinos”, cuenta a Carlos , quien volvió a su hogar luego de ser seleccionado, armó un bolso con unas pocas remeras, algún pantalón y su guitarra, y se despidió de su madre diciéndole que se iría a trabajar como actor de radioteatro a Buenos Aires, “todavía recuerdo cómo mi mamá me miraba desde la puerta cuando me iba”. Carlitos, como lo llamaba su madre, viajaba para cumplir su sueño de triunfar en la gran ciudad, convencido de que su destino era entretener y hacer reír a las personas. “Yo nací artista, cuando era pibe, a los siete, ocho años me vestía de payaso y divertía a los chicos de la escuela haciendo shows en distintos galpones del pueblo. La plata que se recaudaba con la entrada la donábamos a ALPI, una asociación que se ocupaba de la rehabilitación de chicos con parálisis”, relata quien años más tarde se convertiría en el payaso más querido de las pampas. El legendario payaso de las pampas hoy vive en Rafael Obligado, un pueblo al norte de la provincia de Buenos Aires El sueño adolescente de llegar a ser una estrella en la capital se derrumbó cuando la compañía terminó su ciclo y ya no había un papel para él. Con menos de 15 años, quedó a la deriva en las calles porteñas, “pasé uno o dos años mal, dormía en los bancos de las plazas, iba a cantar a las cantinas de La Boca por comida, me las rebuscaba”, recuerda Carlos, quien no volvió a pisar su hogar hasta que cumplió 18. “En mi casa no sabían dónde estaba y yo no pegaba la vuelta porque no quería volver derrotado”, recuerda hoy. Su primera experiencia circense llegó tres años más tarde a partir de una propuesta de su tía, quien lo presentó en el circo Capicúa. Allí aprendió a mantener el equilibrio sobre un monociclo, a realizar piruetas en el aire balanceándose con un trapecio, pero también conoció a su primera esposa y madre de cinco de sus seis hijos. En 1975, Papelito trabajaba en el circo Patagonia, que recorría los barrios de Junín, pero un día le avisó a sus compañeros que levantaría su propio circo y, aunque muchos pensaron que se trataba de una broma, así lo hizo: “Me fuí al local de un tipo que vendía lonas ahí en Junín, le compré 110 metros de arpillera plástica, con la que se hacen las bolsas, la corté y armé una carpa en la que entraban 30 personas”, comenta Papelito, “como no me alcanzaba la tela para terminar de cerrar los ruedos de la carpa, le até una frazada para que tapara esa parte”. Al igual que la carpa, todo se hacía a mano y todo lo hacía su dueño, “las casillas las hice yo, también compraba madera en el aserradero y fabricaba las sillas, las luces, los dibujos y las letras de las casillas, los muñecos”, explica el payaso que le dio vida al circo Papelito, que llevaba el apodo que había heredado Carlos de su padre, quien se dedicaba a vender diarios. “A mí lo que me importaba era que la gente entrara al circo y poder ver que se rieran. Yo me paraba en la puerta cuando llegaba el público, saludaba a las personas, les daba un beso, y esa gente venía al otro día de nuevo”, cuenta Papelito, quien durante 45 años llevó su circo a prácticamente toda la provincia de Buenos Aires, ganándose la admiración de varias generaciones. VOLVER A EMPEZAR Hoy Papelito vive en Rafael Obligado, un pueblito de 900 habitantes, ubicado al norte de la provincia, a poco más de 30 km de Junín. Desde allí se traslada con su auto a distintos pueblos de la zona para hacer sus presentaciones, ya sin su circo, pero con el mismo entusiasmo y la misma entrega hacia su público, “con la pandemia se cortó un poco ahora, pero si no, ya estaría todos los fines de semana haciendo mi show en algún cumpleaños, en alguna fiesta, o si no agarro el auto, me voy a un pueblo, anunció que voy a estar en un club y hago dos horas de espectáculo para la gente”. Papelito, que comenzó su carrera actuando en la radio, no pudo olvidarse de su primer amor, y decidió armar su propia emisora, FM Fiesta Papelito 92.9, señal que es transmitida desde su propio hogar. “Me levanto todos los días a las cuatro de la mañana, arranco a las cinco y estoy sentado frente a la computadora hasta las 12 del mediodía”, dice Carlos y aclara “no lo hago por obligación. Amo lo que hago, si no lo hago me vuelvo loco”.