Miércoles 16 de Marzo de 2016

COLUMNA SEMANAL DE CRÍTICA LITERARIA Y CINE. 2DA. ENTREGA.

Chocolate

La película podría recomendarse para los amantes de la libertad, los cuentos y el chocolate. Pero también para algunos más.

Cuenta la leyenda que el cacao era el árbol más bello del paraíso de los aztecas. Quetzalcoatl, dios de las ciencias, serpiente emplumada, regaló a su pueblo el preciado árbol al que llamaban Cacahuaquahitl. Cierta vez, una valiente princesa azteca, cuyo esposo había partido hacia la guerra, prefirió morir antes que revelar el lugar donde su marido guardaba los tesoros del pueblo. La princesa fue asesinada. Pero el dios Quetzalcoatl mezcló su sangre con la tierra del lugar donde murió dando al suelo la fertilidad necesaria para que crezca la planta de cacao. Por eso, según los aztecas, el cacao es amargo como el sufrimiento, fuerte como el amor de una mujer y oscuro como la sangre derramada.

Los mayas y aztecas lo consumían con chile picante e intercambiaban los granos como moneda. Simbolizaba vigor físico y longevidad. Lo recetaban como medicina para el alivio de diversos males. No era una bebida cualquiera, la reservaban para nobles y reyes.

En los monasterios españoles se le agregó miel, azúcar y leche y no faltó más para que la receta sea el secreto mejor guardado por los monjes –pero por un tiempo.

A pesar de las prohibiciones mucho no se pudo hacer contra su fuerza expansiva y se volvió irresistible. 
 

Abrir una chocolatería en un pueblito atemporal y conservador de la campiña francesa puede ser un hecho sin aparente importancia. Pero termina por hacer estragos en una población deseosa de aprovechar cualquier situación para liberarse de mandatos opresores. Desde que las protagonistas llegan al pueblo una tarde ventosa vestidas como Caperucita Roja, no hay dudas que Chocolate es un cuento-fábula. Una apuesta a la metáfora para reivindicar la libertad. 

Vianne (Juliette Binoche) y Annouk, una madre soltera y su hija, viajan de aquí para allá y no duran mucho en los pueblos donde se quedan. La señal para la retirada, Vianne siente que le llega con el viento que sopla como un mensaje materno desde el más allá. Madre nativa centroamericana que, además, viaja con ellas como ceniza. Una villa rural francesa cerrada y triste es el último lugar donde lo intentan. Con la chocolatería que abren tratan de alegrar un poco la vida de los ciudadanos y se enfrentan al alcalde, un lobo moralista recalcitrante.  

La historia nos habla de los cambios que se pueden desatar en un lugar y en una persona cuando se deja atrás la intolerancia y se disfrutan algunos de los placeres que la vida nos ofrece. También de la hipocresía de la moralidad impuesta. Podemos hacerlo simple diciendo que es una comedia sobre represiones y los liberadores poderes de los sentidos. Pero también es algo más porque el poder narrativo hace que se la vuelva a ver y provoca el mismo disfrute. El realismo mágico es un género que necesita de un buen narrador para no empalagar. Y dicho esto podemos aceptar algunas licencias en pos de la libertad contada en términos universales.

Tampoco se debe buscar aquí la originalidad de la trama porque, por supuesto, no es la primera vez que el cine nos presenta este tema, pero sí la fuerza que hay en la forma de contar y en sus logros estilísticos y técnicos. Además de las buenas actuaciones.  

Y, por último, el ingrediente justo para que el cuento sea de hadas, un gitano-pirata de agua dulce en la piel de Johnny Deep que trae el elemento necesario para la decisión de quedarse, el amor. Decisión que es además acompañada simbólicamente por el accidente que rompe el jarrón y desparrama las cenizas ancestrales.  


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