Jueves 3 de Noviembre de 2022

SUBSIDIOS SI, SUBSIDIOS NO

Robin Hood también tiene un límite

(Por Lic. Silvana Paoltroni para Diario Tiempo). - Hablar sobre la catarata de subsidios estatales que se desperdigan por todo el país hoy crispa a muchos argentinos. Y agudiza aún más la sensación de injusticia y de desigualdad pero para el otro lado: para los sectores medios, trabajadores y, muy especialmente, para la clase pasiva.

El Estado nacional ha hecho de esta práctica un atroz mecanismo que premia el ocio y desalienta el trabajo, provocando la profundización de los resentimientos entre clases.
Hoy muchos jubilados, empleados o cuentapropistas son mucho más pobre que muchas familias argentinas que se “autoperciben” como tales y que son beneficiarias por infinidad de subsidios, de ayudas estatales de toda índole, de tarifas especiales en los servicios públicos y es, lastimosamente, el mismo universo poblacional que es asistido por las instituciones intermedias y que también sostenemos nosotros. 

Es indigno para una persona que se encuentra en el ocaso de su vida y que aportó durante 30 años, percibir una jubilación mínima y mendigar para cubrir sus necesidades básicas, mientras contempla a diaria cómo vacían sus arcas de previsión social bajo programas de reparto y de una mal llamada “redistribución”. Eso no es justicia, es iniquidad. No alienta a la esperanza, genera impotencia. No es distribución, es saqueo. 

Bajo la falacia de la “justicia social” los regímenes populistas se ampararon por crear un clientelismo electoral durante décadas.  Pero a nadie escapa la realidad que la justicia social bien entendida no consiste en proteger a una clase vulnerando los derechos de todas las demás, ni pisando a unas sobre las otras. La verdadera “justicia social” se basa en dar posibilidades a todos de acuerdo a sus habilidades, a sus capacidades, a su esfuerzo y al aporte que hace en este mecanismo complejo que es una sociedad civilizada. No es dar a todos lo mismo, sino de dar a cada cual lo que le corresponde. 

Nadie se salvará en Argentina de acuerdo al bolsillo de quiénes gobiernen ni a lo que ellos luzcan ante las cámaras, ya sean trajes, jeans o pantalones de grafa. Sólo lo lograremos si los que gobiernan, lo hacen para todo un país y no sólo para una clase en detrimento de todas las otras.    
Nadie mentalmente coherente discute que el estado tiene la responsabilidad indelegable de asistir y proteger a los sectores más vulnerables. Pero debe hacerlo en su justa medida.

Casi todas las sociedades, en casi todas las épocas lo hicieron, como los incas que, en la época de la llegada de los españoles tenían una población de 30 millones de habitantes, pero todos estaban “perfectamente vestidos y alimentados con un sistema de seguridad social que alcanzaba a los huérfanos, a las viudas, a los ancianos y a las familias que habían sido convocadas a la guerra. Ese sistema de seguridad social se reflejaba incluso hasta el orden de prioridad asignado a las tierras de cultivo: `Mandaba el Inca que las tierras de los vasallos fuesen preferidas a las suyas, porque decían que la prosperidad de los súbditos redundaba en buen servicio para el rey; y que estando pobres y necesitados mal podían servir en la guerra ni en la paz” (1). 

Sin embargo, ninguna sociedad puede subsistir teniendo una mayor fuerza pasiva que una activa. Un cuarto de país no puede sostener a las tres cuartas partes restantes. En la gran casa de una sociedad no puede trabajar uno para mantener a 500. Ni ganar 100 cuando sus hijos gastan un millón. 

Nuestro país está plagado de gobernantes, de una su ignominiosa cantidad de “asesores” y de puestos públicos de dudosa necesidad. A todo ello se suma a una cuantiosa parte de la población económicamente activa que hoy es sostenida por las clases trabajadoras y medias y, por supuesto, por el campo. 

Hace pocas semanas vimos cómo se repartieron tablets a los alumnos en nuestra comunidad ¡y nada más ni nada menos que en el Centro de Jubilados! ¿Necesario? Quizás sí. ¿Justo? Absolutamente no. Resultaba lastimoso escuchar los comentarios de la población pasiva en las calles y no era para menos. La insensibilidad social de nuestros líderes políticos se manifestó al sumun en ese único acto. Esa enfermedad del alma humana que la causa el más capital de todos los pecados capitales: la soberbia. Como la que tuvo en su momento Macri, cuando el pueblo le gritaba que ya estaba exhausto. O la que tiene hoy Cristina, que se ampara en la impunidad de sus fueros para no enfrentarse a la justicia.  

Los recursos económicos, al igual que la paciencia de los argentinos, son limitados. Y jugar a Robin Hood con los bienes ajenos tiene su límite y su detonación es inminente. Así lo demuestran las arcas del país, no importa cuánto dinero se imprima. 

Es urgente aplacar a este príncipe de los ladrones que bajo el falaz argumento de la redistribución empobrece más y más a todas las clases sociales, incluso a las que pregona inmoralmente  ayudar. Y a las que confronta una y otra vez a diario cometiendo crímenes que bien podrían incluirse en los de lesa humanidad: injusticia social, profundización de los resentimientos de clases y, lo que es aún más imperdonable, el quebrantamiento de la esperanza de millones de argentinos.  


(1). Memoria Verde, Antonio Elio Brailovsky,

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